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Desde palmadas hasta coscorrones: Las consecuencias psicológicas de incluir golpes y castigos en la crianza

Estudios de la Unicef relacionan el maltrato infantil con varios problemas de salud mental y mala conducta en los niños.

Por Javiera Kessra

“Un palmazo no hace mal” o “Cuando pequeña me pegaban coscorrones, pero no me hicieron daño”. Seguramente más de alguna vez hemos escuchado frases que normalizan y aceptan la presencia de castigos físicos en la crianza.

Sin embargo, durante los últimos años son varios los estudios e investigaciones que se han publicado sobre las consecuencias de perpetuar este tipo de prácticas a la hora de educar a los niños, que dicen todo lo contrario.

Sin ir más lejos, una investigación a cargo de científicos canadienses, publicado en la revista Pediatrics (AAP), examinó la relación entre los problemas psicológicos y el castigo corporal, dejando fuera el abuso sexual y el maltrato físico y centrándose en “el castigo físico fuerte” a niños, como empujar, agarrar del brazo, abofetear o golpear.

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El estudio realizado a 653 adultos en Estados Unidos, y arrojó que quienes recibieron palmadas o azotes cuando niños presentaron entre un 2 y 7% más posibilidades de tener problemas mentales en un futuro.

La investigación tomó datos de la Encuesta Epidemiológica Nacional sobre Alcohol y Condiciones Relacionadas de Estados Unidos, recogidos entre 2004 y 2005, e incluyó a adultos mayores de 20 años.

A los participantes se les preguntó: “Cuando era niño ¿con qué frecuencia lo empujaban, agarraban de un brazo, abofeteaban o golpeaban sus padres o cualquier adulto que viviera en su casa?” Quienes respondieron “a veces” o “con mayor frecuencia”.

“El estudio es valioso porque se abre el debate sobre la crianza de los hijos”, señaló Victor Fornari, director de la división de psiquiatría infantil y adolescente del Sistema de Salud Judío de North Shore-Long Island en Nueva York, quien no participó en el estudio.

Además, señaló que la tasa “no es mucho mayor, pero es más alta, lo suficiente para sugerir que el castigo físico es un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos mentales de adulto”, aseguró el experto.

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El estudio arrojó que las personas violentadas cuando chicos, presentan entre un 2 y 5% de problemas, como depresión, ansiedad, trastorno bipolar, anorexia o bulimia.

De 4 a 7% de los problemas más graves, como alteraciones de la personalidad, trastornos de tipo obsesivo-compulsivo e problemas intelectuales se asocian con estos castigos corporales en la infancia.

Si bien, los expertos no pudieron asegurar que las palmadas o azotes sean detonantes de trastornos mentales, sí confirmaron la relación entre el recuerdo del maltrato y una mayor influencia en problemas mentales.

Por su parte, Roya Samuels, pediatra del Centro Médico de Niños Cohen, en Nueva York, dijo que los genes de los padres pueden influir en su respuesta a criar a un niño rebelde, así como en la probabilidad de transmitirles ciertas dolencias.

“Los padres que apelan a mecanismos de castigo corporal pueden estar ellos mismos en riesgo de depresión y trastornos mentales, por lo tanto, puede haber un factor hereditario en estas familias”, dijo.

Es por esto que el estudio propone el refuerzo positivo y la eliminación de las recompensas, como posibilidades más favorables de crianza.

“La realidad es que si el 50% de la población recibió palmadas en el último año, la mayoría de los niños son resilientes. Es sólo que hay mejores maneras de disciplinar a los niños que las palmadas”, aseguró Fornari.

“Y para algunos niños vulnerables, el castigo corporal puede aumentar el riesgo de que desarrollen trastornos mentales. Por estas razones es importante realmente minimizar o abandonar el castigo físico”, agregó el especialista.

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¿Qué se considera maltrato infantil?

La UNICEF reconoce en su Cuarto Estudio de Maltrato Infantil en Chile, cuatro tipos principales de maltrato infantil en el ámbito familiar: maltrato físico, abuso sexual, maltrato emocional y negligencia

– Maltrato físico: actos infligidos por un cuidador que causan un daño físico real o tienen el potencial de provocarlo. 

A su vez, la violencia física fue dividida en dos categorías para este estudio, la violencia física leve, que tiene que ver con arrinconar, palmadas, tirar objetos que puedan herir, empujar, tirar el pelo o las orejas. Y violencia física grave, que apunta a golpes de puño o con otra cosa que pueda herir, golpizas, arrastrar por el suelo, quemaduras y/o amenazas con pistola o armas blancas.

– Abuso sexual: actos en que una persona usa a un niño para su gratificación sexual.

– Abuso emocional: se produce cuando un cuidador no brinda las condiciones apropiadas y propicias e incluye actos que tienen efectos adversos sobre la salud emocional y el desarrollo del niño. Tales actos incluyen la restricción de los movimientos del niño o niña, la denigración, la ridiculización, las amenazas e intimidación, la discriminación, el rechazo y otras formas no físicas de tratamiento hostil.

– Descuido o negligencia: es ocasionado cuando uno de los padres no toma medidas para promover el desarrollo de un niño o niña (estando en condiciones de hacerlo) en una o varias de las siguientes áreas: salud, educación, desarrollo emocional, nutrición, amparo y condiciones de vida segura. Por lo tanto, el descuido se distingue de la situación de pobreza ya que puede ocurrir solo en los casos en que las familias u otras personas a cargo disponen de recursos razonables.

Según esta misma investigación realizada en Chile por la Unicef, las consecuencias de ejercer violencia en la crianza se relacionan con:

– Peores relaciones con los padres
– Menor rendimiento escolar
– Mayor consumo de medicamentos para mejorar rendimiento o comportamiento
– Peores relaciones con los compañeros de colegio
– Mayor consumo de alcohol y droga
– Peores relaciones con los profesores
– Mayor victimización de agresiones de parte de compañeros de colegio
– Mayor nivel de justificación de la violencia en la formación de los hijos/as
– Lesiones corporales (en los casos de la violencia física)

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