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Los bares bohemios del barrio Mapocho

Por La Tercera

Estos locales tienen más de medio siglo de historia y nacieron para recibir a los pasajeros de la ex Estación de Ferrocarriles. Hoy, sin trenes ni viajeros, conviven a pasos de la concurrida Piojera y sobreviven a la irrupción de la modernidad.

Wonder Bar

Este lugar tiene aires de cantina de far west en su exterior, pero una vez dentro, se respira la típica estética nacional: las chuicas de pipeño adornan el lugar y, junto a las botellas de vino, hay un colorido retablo en miniatura que reza “Wonder Bar: las mejores chichas de Malloa” con los personajes de Condorito. “Así de típicos somos, no queremos perder nuestra esencia”, dice Gabriela Ceballos, quien trabaja atendiendo el lugar hace más de 10 años. Pero el “Wonder” (General Mackenna 1176) tiene un siglo de historia. Fue fundado por Belarmino Núñez justo frente al local actual, a pocos años de inaugurada la estación de trenes Mapocho. Décadas después, se mudó al lugar donde hoy se encuentra y del antiguo edificio sólo queda el terreno en venta. Luego de una serie de cambios de dueño, hace 10 años que Eugenio Avila tomó sus riendas con la intención de mantener la tradición. La chicha, sin embargo, la traen estos días de Portezuelo, cerca de Chillán. Entre sus delicias están el chupe de guatitas, los sándwiches de pernil y las empanadas fritas de pino y de queso, a $ 1.200, que acompañan los vasos de chichón (chicha con pipeño), a $ 1.500. “Nuestro público son los trabajadores del centro que vienen a tomarse alguna cosa”, cuenta Avila. En el Wonder Bar, el terremoto ($ 1.800) se hace con pipeño, helado de piña y un par de secretos de la casa con fernet, menta o granadina.

Touring

Se oye de fondo una ranchera. La pidió uno de los clientes en el Wurlitzer del local, un joven estudiante con sus amigos. “Para reírnos un poco”, dicen. Mientras, llegan a la mesa las jarras de borgoña -una con tinto y frutilla, y la otra con vino blanco y chirimoyas- junto a las paneras llenas de marraqueta trozada, los pocillos con pebre casero y un plato con huevos duros, a $ 200 cada uno. El Touring (General Mackenna 1076, entre Bandera y Puente) es uno de esos bares que, pese a los altibajos, han resistido el pasar de los años y que gozaron, desde la década de los 30, del concurrir de viajeros de trenes de la Estación Mapocho. De hecho, el gran edificio donde está ubicado en algún momento fue un hotel de pasajeros. Aunque la bandera chilena que decora el lugar flamea todo el día, el Touring es un rincón de rancheras, aunque todo depende del comensal que quiera gastar $ 200 en poner una canción. “Aquí tenemos a los eternos parroquianos, que ya parecen parte de la postal del Touring para los que lo conocen por primera vez”, cuenta Cristina Cayupe, una de las socias del local. Uno de esos asiduos es el “Bin Laden”, un hombre de larga barba y unos 60 años que juega dominó varios días a la semana en una de las mesas. El nombre del local, cuentan los locatarios, se debe a que sus primeros dueños provenían de la ciudad de Turín. Luego fue cambiando el nombre hasta Touring.

Turismo

“Mis padres lo instalaron aquí porque era un barrio muy concurrido”, cuenta su actual dueño, Juan Ubilla (62), mientras devora un plato de arrollado con papas cocidas. La esquina de Amunátegui con Mapocho tenía una ubicación privilegiada a mediados de los años 60, cuando Luis Ubilla y María Salomón abrieron el bar Turismo (Amunátegui 1052) frente a la Cárcel Pública y a una cuadra de la Estación Mapocho. Pero los trenes dejaron de llegar hace 25 años, la ex cárcel es hoy el edificio corporativo de Aguas Andinas, y este rincón del barrio comenzó a perder comensales. “Pero la gracia es que aquí puedes tomar un terremoto bien sentado y conversado, sin estar apretujado o haciendo fila para entrar”, agrega Ubilla. Además de los eternos vecinos, llegan artistas del centro cultural Balmaceda, y los músicos de La Piojera y El Hoyo aún tocan en el Turismo como parte del circuito. “Y no falta el que llega después de ir a una de las pocas casas de citas que van quedando”, ríe. Sus mesas azules y rojas tienen más de 60 años, y una barra con botellas de hace medio siglo da la bienvenida al lugar.

“Somos una picada quitadita de bulla, siempre abierta, e ideal para venir en patota a probar pipeño, terremoto ($ 1.800), arreglados y chicha, todos con un plato de cabritas de cortesía”, dice. Y para los curiosos por el nombre, ni hasta Ubilla lo sabe. “Le gustaba la palabra a mi papá nomás”.

*Por Carlos Reyes Barría.

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