De pueblo en pueblo

Por Biut y Agencias

Pelequén

Desde la carretera se echa de menos la enorme cúpula de cobre de su iglesia. Fue una de las pérdidas que dejó el terremoto en este pequeño pueblo ubicado a una hora y media de Santiago. Santa Rosa es su avenida principal, y nuestra primera parada es en el número 821, en la casa de Antonio Marchant. Él se dedica a hacer escobas. Un oficio que, aunque ha quedado relegado con la aparición de los escobillones de plástico, este hombre se niega a dejar. Con él trabajan maestros que las arman con una máquina manual, las cosen con pitillas de colores y, finalmente, les emparejan la orilla inferior. Seguimos y llegamos a nuestra visita obligada, los artesanos en piedra rosada, cuyo proceso es más o menos así: los pirquineros extraen la piedra de las canteras y la trabajan a punta de graneador, martelina y esmeril. A mano tallan grandes pedazos hasta dar con el diseño de morteros, por ejemplo, o piletas de agua. Para volver a Santiago más contentos aun, les proponemos que pasen por La Maruca, restaurante ubicado frente a Pelequén, por el costado este de la Ruta 5 Sur. Aquí hay desde pastel de choclo, charquicán o cazuela, hasta mote con huesillo, entre otras variedades caseras para degustar en familia.

El Almendral

Al interior de San Felipe, a sólo 3 kilómetros de su plaza principal, existe un sector llamado El Almendral. Nada de grande pero ultraacogedor. La iglesia del mismo nombre es una increíble construcción -que data de 1876- declarada Monumento Nacional, que antaño estuvo unida al entonces convento franciscano, hoy convertido en el Centro de Artes y Oficios El Almendral (www.ciem-aconcagua.org). Allí hay de todo para pasar un buen día. Se trata de una casona estilo colonial cuyos espacios han sido reacondicionados para albergar actividades artísticas y recreativas. Frente a su cafetería, abierta los fines de semana desde las 11 de la mañana, está la sala de exposiciones que hoy muestra una instalación del fotodocumentalista chileno conocido como Rakar. Otro rincón fue transformado en una tienda que exhibe diferentes artesanías típicas de la zona, como por ejemplo las coloridas cerámicas Piffaut (www.esmaltadopiffaut.cl) y CALA (34 406487). En el patio posterior está el Museo Alfarero, un buen resumen de lo que ha sido la alfarería en el valle del Aconcagua. Y ojo para quienes estén pensando en pasar el fin de semana, ya que este centro también tiene un hostal donde alojar. Ahora, si tras este recorrido cultural se viene encima la hora de almuerzo, La Casona del Almendral y El Colonial son dos atractivas opciones para disfrutar todo tipo de comidas.

Talagante

Gallos, gallinas, huasos a caballo, árboles frutales. Figuras que en las manos de María Olga Espinoza toman una delicadeza y un colorido increíbles. Se trata de las cerámicas policromadas de Talagante, una tradición que, en la familia de esta mujer, se ha transmitido por cinco generaciones. En su casa-taller -ubicada al interior de Tegualda- dedica parte de su día a esta actividad, de la que es una de las principales exponentes. Por eso, además de vender en su casa, realiza talleres en la Corporación Cultural de Talagante. Se encuentra a un costado de la plaza principal y es un sitio que alberga una serie de actividades dedicadas al patrimonio y las artes visuales, como la Feria Costumbrista de Lonquén, que se realizará el próximo sábado 29 de octubre. A pasos hay un lugar ideal para hacer un break: el Kaffee Platz. Un recién remodelado café que desde las 8 de la mañana sirve desayunos, luego almuerzos, y en la noche, apuntando a un público más bohemio, ofrece happy hour. Otras alternativas para la hora de almuerzo son La Americana, una picada para comer algo rápido, y El Rincón Rústico, que nos lo recomendaron por su buena comida típica chilena.

Melipilla

A una hora de Santiago, por la Carretera del Sol, se encuentra esta localidad que cada día tiene más cara de ciudad. Claro que hay cosas que no cambian, como las típicas ‘palomitas’, que no tienen un puesto establecido dentro del pueblo para vender sus pasteles, pero sí se las ingenian para instalarse a un costado de la carretera. Allí hacen señas a los automovilistas con sus pañuelos blancos para que se detengan a comprar los dulces melipillanos. Ya en el pueblo, nos recomiendan varios restaurantes ubicados en la avenida principal, pero son las artesanías de esta zona las que no hay que perderse. Las arpilleras, reconocidas por su colorido tipo de bordado, plasman parte de las vivencias de este pueblo. Creaciones a partir de lanas y todo tipo de géneros que combinan texturas y colores en la confección de carteras, monederos, manteles, delantales de cocina, estuches. Pero lo que más llama la atención son los tapices hechos en distintos tamaños y que, tras comprarlos -según cuentan las artesanas-, los clientes suelen enmarcarlos haciendo de ellos verdaderas piezas decorativas. El edificio Padre Hurtado, situado en calle Pablo Neruda 305, reúne habitualmente a una treintena de mujeres asociadas en torno a este oficio y que, además de participar en distintas ferias chilenas -entre ellas la que se inaugurará en el Parque Bicentenario de Vitacura-, exportan sus productos.
Teléfonos: 8311207 y 9 5375530.

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