Relaciones tormentosas: Adictas al amor

Por Biut y Agencias

Mejor sola que mal acompañada”, así por lo menos reza el dicho popular. Pero, ¿por qué algunas demoran tanto en entenderlo? Sin rodeos y al grano, acá va una respuesta en la que coinciden todos los especialistas consultados: antes de enamorarse, de dejarlo todo por alguien, hay que conocerse a uno mismo. Tener muy claro quiénes somos y qué es lo que queremos. Con los pies bien plantados en la tierra, con la mente tranquila y las ‘trancas’ resueltas, el amor es mucho mejor. Tapar el desamor con otra relación es, la mayoría de las veces, receta segura para el fracaso. Y repetir ese patrón una y otra vez, simplemente un desastre emocional listo para desarrollarse al corto o largo plazo.

Eso lo aprendió Francisca (nombre ficticio), productora audiovisual de 28 años, después de peleas constantes, habituales ‘leyes del hielo’ y poca comunicación, que la tenían alejada de su pareja de casi cinco años. A pesar de eso, no lograba asumir que lo más sano era terminar con una dinámica que consistía en estar mal, arreglarse a medias y volver a pelear. Era una relación importante para ambos y su fantasía era que tenía que luchar por mantenerla a cualquier costo. Eso, hasta que en uno de estos bajones, ella conoció a otra persona. “Fue muy rápido; de un simple coqueteo pasó a ser algo más significativo, y sin darme cuenta había terminado con mi pololo y estaba en una nueva relación”. Al poco tiempo tenía los mismos problemas, pero con un nuevo coprotagonista. “Ahí fue cuando -y después de una corta, obligatoria, pero efectiva terapia- revisé mi historial. ¡Siempre había hecho lo mismo: nunca había terminado si no tenía otro romance en carpeta!”. El cambio fue casi inmediato. Dejó a ese novio y hoy, orgullosamente, se proclama “soltera sin compromisos, y por mucho tiempo más”.

Según Andrea Oksenberg, sicóloga clínica de la Universidad Católica, estar sola puede ser la instancia perfecta para el crecimiento personal. “Atreverse a cambiar el estilo habitual de relacionarse puede ser una gran oportunidad para crecer, autoconocerse, disfrutar de la soledad, de la autonomía, de la independencia y la relación con otros que no son la pareja. También puede contribuir a hacer una mejor elección del compañero, basada en el deseo de estar con esa persona y no en la imposibilidad o temor a estar sola”.

Para eso, construir espacios de intimidad e independencia dentro de la pareja es vital. Éstos ayudan a fortalecer la identidad y el desarrollo personal, elementos claves para no derivar en relaciones codependientes y absorbentes. Para la sicóloga Tamara Muñoz, del Centro Experiencial para el Desarrollo Humano, la base está en concebir la pareja como un espacio para compartir lo que cada uno es con un otro, y no sólo para complementarse. Según ella “la trampa de la ‘complementación’ es que tapo carencias o asuntos inconclusos con mi relación de pareja, y una vez sin ella… éstos se develan. Es necesario entender que para tener una relación de pareja sana y enriquecedora, en que ambos crezcan y lo pasen bien, se necesitan dos individuos preocupados de su desarrollo personal, con intereses, amigos, espacios y actividades satisfactorias propias. Y sobre todo autorresponsables de sus emociones. Esto de ‘me siento mal o bien por culpa del otro’ es la principal distorsión en las parejas”. Para la sicóloga, embarcarse en estas dinámicas de pareja tiene directa relación con una baja autoestima, inseguridad, miedo a la soledad y una disminuida capacidad de encontrar espacios propios o relaciones fuera de la pareja: “Esto último se da sobre todo en gente que no tiene una red social y emocional de apoyo, entretenimiento y estimulación”, agrega.

Soltera por primera vez

“No me había dado cuenta, pero llevaba 20 años en pareja; con mi primer pololo había empezado a los 14, y de ahí nunca más paré. No es que haya sido tan polola, pero fueron tres relaciones seguidas, superimportantes y que finalmente marcaron mi vida. Hoy, a los 34 años, estoy soltera por primera vez y no sé qué hacer (ríe)… Teníamos el mismo círculo de amigos, los mismos intereses”. Lo que fue, lo que no y el porqué, ahora -según María José, diseñadora industrial de profesión-, da lo mismo. Siente que su desafío más importante, mayor al de haber mantenido una relación por más de una década, es el que está viviendo ahora. Ser soltera, independiente y determinada a esperar un buen tiempo para volver a estar en pareja.

Tiempo que no necesariamente es la fórmula universal si de sanar relaciones codependientes se trata. Es que no existen recetas prefabricadas para sanar, cada individuo necesita tiempos y experiencias diferentes para empezar desde cero sin arrastrar ‘mochilas emocionales’ de relaciones previas. Para la sicóloga clínica Andrea Oksenberg, “cada persona debe vivir su propio proceso de duelo luego de terminada una relación. Muchas necesitan tiempo, otras compañía, algunas apoyo terapéutico, etc. Lo importante es entender qué ocurrió, hacer una introspección para saber de qué forma contribuimos al fracaso o al término del vínculo”.

Entender el rol que cada uno juega en el fracaso de la relación es difícil, pero no imposible. A Javiera (ingeniera comercial, 31 años) esa introspección le costó trabajo y muchas lágrimas. Primero sintió como si le sacaran el piso, le dieran vuelta el mundo, como si le hablaran en chino. El que juraba de guata que sería el hombre de su vida, sin previo aviso le informó que lo de ellos había terminado. Así de radical y sin anestesia. No había segundas oportunidades, ni fórmulas para ‘mejorar’ la relación. Él ya había tomado su decisión. Sus amigas le preguntaban si lo veía venir, si sabía de dónde había nacido ese deseo de su ex marido de escapar. Durante las primeras semanas esas preguntas las contestó con un rotundo “ni idea”. Y aunque creyó que nunca llegaría ese momento, a los pocos meses ya era capaz de contestar “estábamos mal hace tiempo, veníamos así de antes del matrimonio, pero yo no me quería dar cuenta”. “Me costó tanto, muchísimo. Nosotros pololeábamos desde muy chicos, nunca me imaginé la vida sin él. Pero ahora siento que este quiebre lo necesitaba y le agradezco que me haya obligado a rehacer mi vida; a ver el mundo de otra manera. No te podría decir que estoy 100% feliz, pero sí lista para comenzar una nueva etapa”.

Reconoce que si no hubiera sido por esa abrupta decisión, ella habría estado casada quizás ‘para siempre’. En su esquema de vida, ser soltera pasados los 30 años simplemente no era una alternativa. “Mi miedo a la soledad era tan grande, que seguramente nunca me habría cuestionado si lo amaba o no. Ahora entiendo que no éramos el uno para el otro, pero necesité pegarme un tremendo porrazo para lograrlo. Desde ese momento en adelante tuve que pregúntarmelo todo de nuevo; dejar el ‘nosotros’ fue lo más complicado”.

Algo que para el sicólogo Raúl Carvajal constituye, sin lugar a dudas, el riesgo más real de perpetuar este tipo de relaciones es “no llegar nunca a darse cuenta de quién es, y por tanto qué es lo que realmente quiere. No lograr aprender, crecer, quedando expuesto(a) a la presencia o no de otro, y por qué no, a los deseos de ese otro. Esto nos quita identidad, la autonomía. El riesgo es llegar a creer que necesito a otro, para que me reconozca, para que me dé identidad, etc. El problema de las personas dependientes de las relaciones es que parten al revés: primero quieren saber con quién, luego a dónde voy, y finalmente intentan, a partir de lo anterior, responder el quién soy. El problema es que esto puede ser un círculo vicioso que dure toda la vida”, sentencia.

Preguntas claves

Según el sicólogo de la Clínica Santa María Raúl Carvajal, siempre sirve hacerse tres sencillas preguntas, en el mismo orden en que aparecen.

1. ¿Quién soy?

2. ¿A dónde voy?

3. ¿Con quién voy?

Si yo sé quién soy, sé qué quiero, qué me gusta, y por ende, qué no quiero (cosas fundamentales para poder respetarme), tengo las herramientas para poner los límites necesarios en cualquier relación. Con eso, claro, soy quien me reconozco y, por lo tanto, me valido. Luego, si sé a dónde voy, o sea qué quiero hacer en mi vida, dónde me gustaría vivir, cómo quiero distribuir mis tiempos, cuál es MI (MI con mayúscula) proyecto de vida, sólo entonces estaré en pie de elegir con quién”.

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