Pasado ilustre

Por Biut y Agencias

Chena es un pueblo que queda más o menos a 30 minutos de Santiago Centro. Un lugar bordeado por el cerro del mismo nombre, donde el gris del cielo desaparece para dar paso a la gama de los celestes, tonalidades que se suman a los intensos verdes que allí la naturaleza nos entrega. En resumen, un telón de fondo precioso.

A esta localidad precisamente llegamos una de estas frías mañanas de septiembre, a través de largos caminos de tierra y con los paisajes casi viniéndosenos encima. Una postal imperdible para esta casa o, mejor dicho, para esta casona de estilo colonial que, a pesar de estar construida en altura, parece escondida tras el inmenso parque de seis hectáreas que la antecede, y en el que se ven, entre muchas otras, especies como pinos, cedros, magnolias, palmeras y araucarias; además de dos pequeñas lagunas y varios circuitos caminables donde aparecen rosales, lilas y hortensias por doquier.

Pero aquí los protagonistas son los pavos reales, que se pasean libremente presumiendo el maravilloso colorido que compone su plumaje. Se alejan de quienes intentan acercárseles, pero al menos una que otra fotografía se dejan sacar, bien de lejos eso sí.

Unos cuantos escalones conducen a la casa, que data de 1858 y cuyo nombre original, y que conserva hasta hoy, es La Rinconada de Chena. En 1910 se le incorporaron dos alas a esta típica construcción de adobe y tejas que hace volar la imaginación al siglo XIX con esas fiestas (o tertulias en esa época) que si no eran al exterior se hacían siempre alrededor de un piano. Instrumento que aquí, por supuesto, está justamente en el living, lugar que llama la atención por su techo abovedado. Se trata de un piano que perteneció a una de las familias que antaño habitaron este lugar (específicamente a la familia de quien fuera Presidente de Chile en 1861, José Joaquín Pérez), y que es parte de la decoración junto a otros muebles como un par de sofás de felpa estilo normando, varios retratos de algunos antepasados, y mesas de apoyo de madera.

El piso de madera cruje al avanzar por la galería vidriada situada tras el living, el comedor y una pequeña habitación destinada como escritorio. Un largo recorrido que conecta con un patio trasero repleto de plantas que armonizan con una antigua pileta y un juego de terraza. En este trayecto también se intercalan, uno tras otro, los dormitorios con sus baños. Pero una de las cosas más entretenidas de este sitio es la cantidad de rincones que se descubren a medida que se avanza.

Uno de ellos es una puerta que lleva a una escalera de caracol que, a su vez, conduce a un altillo con hermosas vistas en altura del campo. Y como si el tiempo se hubiera detenido entre estas paredes, cada uno de los ambientes conserva intacto desde el mobiliario hasta detalles mínimos, como adornos que su último propietario ya fallecido, Gonzalo Figueroa, guardó como tesoros desde los años en que vivió, por ejemplo, en lugares tan exóticos como la Isla de Pascua. Es que él y su hermano, Enrique Figueroa, habían heredado la casa que hoy está en manos de sus respectivos hijos, quienes se juntan en algunas ocasiones especiales y que, en conjunto con sus descendientes, ya suman seis generaciones al mando de la casa.

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