Hace unos días, Kimia Alizadeh, bronce en taekwondo durante los últimos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, y única medallista iraní, expresó, a través de su cuenta de Instagram, que se despide de su pueblo, Irán.
“No soy una historia, ni mi héroe, ni la bandera de la caravana iraní. Soy una de las millones mujeres oprimidas en Irán con las que han jugado durante años. Vestí cualquier cosa que me dijeron y repetí cada frase que me ordenaron. Mis medallas las atribuyeron al velo obligatorio”, comenzó.
“Nadie de nosotros les importamos, sólo les importan esas medallas metálicas para comprar y hacer uso político de nosotros a cualquier costo, pero al mismo tiempo para la humillación: ‘No es virtuosa una mujer que entrena sus piernas’ (…) En sus mentes machistas siempre pensaban que Kimia es una mujer y no tiene lengua”, continuó.
“Mi triste alma no atesora tus sucios canales económicos y apretado lobby político”. Por esto, la deportista de 21 años, advirtió que “le doy la espalda a esto. Soy un ser humano y quiero permanecer en el círculo de la humanidad”, y confesó que, aunque “no tengo otra petición en el mundo que el taekwondo, la seguridad y una vida saludable y feliz (…), aseguró que no quiere progresar a base de “corrupción y mentiras”.
Pese a que algunos aseveraron que huido por razones económicas o por una invitación desde Europa, la federada lo negó y ratificó su rechazo a la “hipocresía, mentira e injusticia”, dijo.
Por último, la mujer confesó que abandonar Irán, “es aún más difícil que ganar el oro del olímpico” y agradeció la confianza de sus seguidores y manifestó que “dondequiera que esté, sigo siendo hija de Irán”, culminó.
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