Estamos en la era de la conectividad, no necesitamos mayores accesos para saber mucho de nuestras personas importantes. Las redes sociales, la mensajería instantánea, las fotos en aplicaciones pensadas para ellos, localizadores, etc. Todo confabula para que tengamos mucha información, y muy rápido, de las personas que nos importan.
¿Cómo afecta esta conexión total con la relación con nuestros hijos? ¿Cuándo protegemos y cuando sobreprotegemos? Desde que nacen nuestros hijos, nace nuestro instinto de protegerlos, en algunos casos se activan una serie de miedos que nunca pensamos tener y en otras nuestra propia historia nos alcanza e interviene en nuestras decisiones.
Vamos a entender que proteger es normal, que querer acunar y cuidar es normal, que sentir lo que a nuestro hijo le puede doler o molestar y evitarle un susto, es normal, que querer dejarlo en el jardín calmado y sin llorar, es normal.
Vivimos en una sociedad en la que la independencia, autonomía y capacidad de gestionar solos se sobrevalora, e incluso se le pide esto a los niños y a las guaguas, quienes están seteadas para depender y así sobrevivir. Esto quiere decir que una guagua, dependiente hasta para moverse por sí solo, necesita depender de alguien para vivir. De hecho, si no se vincula con ese alguien que lo “salva”, muere. Muere porque el cachorro humano es tan precario al nacer, que si nadie lo acuna y lo protege no puede mantenerse con vida. Somos dependientes al nacer y mientras somos niños , esto es normal.
Pero, a pesar de nuestra biología, se le ha inculcado y convencido a las madres que los bebés deben ser independientes. Es más, que de ellas depende esta independencia en tanto sea su habilidad para dejarlos solos. La verdad que esto, a nivel de nuestra historia, no ha hecho más que hacer sentir culpa a las madres, desconectarnos de nuestros hijos, obligarlos a hacer por su bien algo que de guata, no nos parece coherente y que muchas veces nos angustia.
Entonces vamos a entender que proteger es normal, que querer acunar y cuidar es normal, que sentir lo que a nuestro hijo le puede doler o molestar y evitarle un susto, es normal, que querer dejarlo en el jardín calmado y sin llorar, es normal, que no obligarlo a comer algo que no le gusta porque no me gusta hacerlo a mi tampoco, es normal. Que responder a sus necesidades y no dejarlo llorar, es normal. Es proteger, es cuidar es amar.
A pesar de nuestra biología, se le ha inculcado y convencido a las madres que las guaguas deben ser independientes. Es más, que de ellas depende esta independencia en tanto sea su habilidad para dejarlos solos.
Protejo a mi hijo cada vez que lo miro, lo siento, lo conozco y sé lo que necesita. Por lo tanto respondo a eso. Lo protejo cuando evito que pase por situaciones desagradables o malas. Lo cuido mirándolo a él y respondiendo ante la infinidad de cuidados que va a necesitar en su infancia. Respondo porque habría sido muy bonito que alguien lo hubiese hecho con nosotras también, cada una sabe la suerte que corrió y si contaba con una madre sintonizada con las necesidades que teníamos o no.
Entonces todas las madres tildadas de sobreprotectoras y que le hacen un supuesto daño a sus hijos, por no permitirles la “independencia” a edad temprana y que responden a lo que su hijo necesita genuinamente, pueden sacarse la etiqueta ahora, arrugarla y botarla a la basura.
¿Qué es la sobreprotección?
Sobre protejo cuando me miro a mi misma, cuando estoy observando mis necesidades y miro mi ombligo, dejando de mirar las necesidades reales de mi hijo. Sobreprotejo cuando mi niña herida está tan dentro asustada, que dejo de mirar a mi propio hijo para responder a mis miedos sobre él y no a sus verdaderos miedos. Sobreprotejo cuando no miro a quien necesita ser mirado y respondo porque a mí me da miedo.
Es sencillo entonces, para ser independiente debo haber dependido antes, dependido mucho y haber sido protegido todo aquello cuanto necesité. Para ser independiente del estado emocional de mi madre. Para no depender de si hoy quiere o no quiere. Porque fui dependiente un día y encontré respuesta.
Sobreprotejo cuando mi niña herida está tan dentro asustada, que dejo de mirar a mi propio hijo para responder a mis miedos sobre él y no a sus verdaderos miedos. Sobreprotejo cuando no miro a quien necesita ser mirado y respondo porque a mí me da miedo.
Una vez que el plazo se cumple y los niños crecen, porque crecen y rápido, no hay más que confiar aquello que hemos cuidado y que hoy, de más grande busca atisbos de independencia. Cada madre sabe lo que puede hacer su hijo por si solo y lo que más le cuesta. Cada una de nosotros siente a sus hijos en su necesidad.
Luego de responder a esto no existe GPS que nos haga sentir más segura que la confianza sobre lo que hemos construido y no necesitamos entonces invadir el mundo de nuestro hijo buscando la respuesta en si lo hicimos bien o mal.
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