Golpeada en tierra ajena

Por BBC Mundo

“Hay algo que los hombres latinoamericanos dicen bastante a menudo (en el Reino Unido): este país no es bueno para las mujeres, porque se ponen atrevidas”, le comenta Myriam Bell a BBC Mundo.
Bell es coordinadora del proyecto de Violencia contra la Mujer del Servicio por los Derechos de la Mujer Latinoamericana (LAWRS) en Londres.

Más de 4.000 mujeres latinoamericanas en suelo británico utilizan anualmente los servicios de LAWRS, una organización sin fines de lucro que se centra en ayudar a mujeres en situación de pobreza o que han sufrido abusos.

“Estamos viendo un promedio de cinco o seis mujeres todas las semanas. Este verano tuvimos un porcentaje altísimo, hasta nueve o diez mujeres”, asegura Bell en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Según la coordinadora, “una mujer inmigrante se encuentra en situación de desventaja, uno, por ser mujer y dos, por ser inmigrante, ya que llegan a un país desconocido, donde no tienen apoyo, no hablan el idioma y no conocen las leyes que las amparan ni cómo funciona el sistema del país extranjero”.

Aislamiento: una forma de poder

El aislamiento y la falta de integración en la sociedad de acogida es precisamente una situación favorecedora para el agresor.

Los inmigrantes tienden a asociarse con sus compatriotas, a moverse dentro de un círculo social mucho mas reducido y, por tanto, el aislamiento es mucho mayor.

Según Jorge Gracia Ibáñez, investigador del Laboratorio de Sociología Penal de la Universidad de Zaragoza, “los agresores se aprovechan de la dificultad de integrarse en una nueva cultura para cortar los lazos que las víctimas puedan establecer con otras relaciones”.

Por otro lado, en la mayoría de situaciones “la dependencia económica de la victima hacia la pareja es un elemento de freno para responder ante la violencia a la que son sometidas”, explica Gracia Ibáñez.

Myriam Bell asegura también que “la situación puede verse agravada si existen irregularidades en el estado migratorio”.

Este profundo proceso de desarraigo e incertidumbre entre los inmigrantes se conoce con el nombre de Síndrome de Ulises. Según Gracia Ibáñez, “la migración es un proyecto humano vital que conlleva unas metas y esperanzas, pero también mucho estrés”. Esta situación puede perturbar el bienestar de una persona, de forma que “puede afectar las relaciones personales y desencadenar situaciones violentas. Pero en ningún caso es justificable”.

Romper el ciclo

Muchas de las mujeres que sufren violencia de género poseen una trayectoria de abusos que normalmente empieza en sus países de origen, donde, de acuerdo con Bell, “la sociedad en general, vecinos, redes sociales e iglesia, acepta moralmente y no condena estos comportamientos”.

No obstante, las mujeres inmigrantes ganan autonomía e independencia económica en los países de acogida, lo que les otorga cierto grado de control y libertad. Bell afirma que “las mujeres se integran paulatinamente en la sociedad de acogida, donde los comportamientos abusivos son condenados, y ahí empieza el proceso de cuestionamiento de la relación abusiva.

Esta nueva forma de empoderamiento provoca que las victimas se atrevan a romper los ciclos de violencia. Gracia Ibáñez destaca el hecho de que “se den cuenta de que no es un problema privado sino social, además de un delito público”. Consecuentemente, “se ven más amparadas por las instituciones gubernamentales y se atreven a acudir a la justicia”.

“Cuando se les explica cuáles son las herramientas de las que disponen para combatir la violencia, el 99.9% de mujeres optan por usar estos instrumentos y terminar así el ciclo de violencia”, concluye Bell.

Educación vs. legislación

Según los expertos, impulsar medidas penales es la respuesta mas inmediata pero menos eficaz para erradicar la violencia contra la mujer. La lucha debe fomentarse a través de la educación social, que constituye un cambio lento pero perenne. “La base del conflicto es el sexismo arraigado a ciertas sociedades, de forma que el problema debe arrancarse de raíz. La vía mas efectiva es la educación”, señala Gracia Ibáñez.

“Por eso es muy importante analizar cómo se construyen las relaciones de parejas jóvenes y así trabajar en la eliminación de modelos basados en desigualdad”, añade el investigador.

Cuando se les explica cuáles son las herramientas de las que disponen para combatir la violencia, el 99.9% de mujeres optan por usar estos instrumentos y terminar así el ciclo de violencia
Myriam Bell, LAWRS

En los países de origen, el problema de violencia de género es agudo.

Por su parte, la opinión de Myriam Bell parece concordar con la del investigador al reconocer que la gran mayoría de victimas son conscientes de las agresiones, pero no saben de qué instrumentos de actuación disponen. “Parte de nuestro trabajo se centra en desarrollar procesos de prevención, en informar y desarrollar una conciencia colectiva”.

“En Gran Bretaña, por ejemplo, -continua Bell- la ley es igual para todas las mujeres, independientemente de su estado migratorio. Tienen derecho a reportar a sus agresores, acceder a asesoramiento legal gratuito e incluso a acudir a una corte de familia y solicitar ordenes de alejamiento y desalojo. El problema es que no sabemos cuantas mujeres poseen esta información”.

Además, ambos expertos insisten vehementemente en la importancia de un proceso integral para combatir la violencia doméstica. “Se debe desarrollar una campaña de concienciación acompañada de las pertinentes legislaciones.

Los agresores deben ser sancionados moral, social y jurídicamente”, afirma rotundamente Bell.
“Los países a donde estas mujeres emigran tienen que asumir esta responsabilidad”, añade.

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