Hemos oído incesantemente hablar acerca de crianza respetuosa y las necesidades de sintonizarnos con las necesidades de las guaguas. Muchas sabemos de lo importante de criar respetuosamente, forma que aportará en el desarrollo cerebral de nuestros hijos e impactará en su desempeño social y afectivo de manera determinante.
Ahora, ser respetuosos con nuestras guaguas no cuesta mucho, básicamente porque se acoplan a nosotros y, la máxima diferencia que podrían mostrar, es en los ritmos de sueño vigilia, alimentación o demanda de cuidado lo cual es difícil en un principio, pero es algo a lo que nos acostumbramos más o menos fácil.
La adolescencia entonces es confrontación normal entre nuestros hijos y nosotros, sin embargo se tiñe de rabia cuando nos lo tomamos como algo personal y entramos en una lucha de poder.
Sin embargo, el desafío de la crianza respetuosa, digo desafío porque es muy difícil criar a nuestros hijos de una manera en la que no nos criaron a nosotros, suele irse de nuestras manos a medida que nuestro hijo crece: partiendo a los 2 años con las pataletas que sabemos son normales en el desarrollo infantil y siguiendo en toda la etapa escolar cuando ya manifiestan su opinión, deseos, necesidades e incluso a veces confrontando a nuestras propias ideas lo cual nos puede llegar a producir profunda rabia.
Si es difícil criar respetuosamente a medida que nuestro hijo crece, lo es más aún en la adolescencia. Porque es en esta etapa cuando nuestros niños deben diferenciarse de la familia de origen, la única forma de diferenciarme de alguien que amo es odiarlo un poco. Para eso debo enojarme y encontrar una razón, lo más fácil es siempre un ideal distinto u opiniones distintas, para así confrontar y diferenciarme. Si esto no sucediera no necesitaríamos formar nuestra propia familia y la especie humana se extinguiría.
Cuando un niño ha sido criado respetuosamente, tiene una adolescencia mucho más tranquila y es mil veces más respetuoso con los padres.
La adolescencia entonces es confrontación normal entre nuestros hijos y nosotros, sin embargo se tiñe de rabia cuando nos lo tomamos como algo personal y entramos en una lucha de poder. Se tiñe de rabia de ellos hacia nosotros cuando, cuando eran niños, no los tratamos con respeto: los castigamos, humillamos, maltratamos o golpeamos como reprimenda. El adolescente viene a decirnos eso que no se atrevió a decirnos a los 5 años porque nos tenía miedo. El adolescente es el mismo cachorro al que acallamos o mandamos a su pieza. Se quedó en la pieza como se lo pedimos mil veces cuando niño, pero ahora no sale cuando queremos, no nos considera y no le interesa nuestra opinión.
¿Qué hacer para acompañar a los adolescentes en esta transición?
Seguramente estás pensando que soy una pacifista insensata, que no tengo hijos adolescentes y que si fuera por eso todos los adolescentes serían unos delincuentes. Pues no, ni lo uno ni lo otro. Cuando un niño ha sido criado respetuosamente, tiene una adolescencia mucho más tranquila y es mil veces más respetuoso con los padres que los que no han tenido la suerte de tener padres respetuosos.
Esto pasa por algo básico, actúo como he aprendido que actúan conmigo, no tengo nada pendiente ni rabia acumulada. Tengo solamente ciertas contradicciones vitales, ciertos impulsos nuevos, a veces quiero estar solo, otras me enojo, pero sé que mis padres no tienen la culpa porque ellos nunca me echaron la culpa en algo. Es decir, adolezco con un poco más de ternura.
¿Qué hacer cuando no hemos criado respetuosamente y quiero tener una relación de respeto con mi hijo adolescente?
Paso 1: Reconocer todas las veces en las que no sintonicé con sus necesidades, que lo traté mal, que no fui respetuoso. Recordar todas las veces que se sintió mal por mi actuar.
Paso 2: Hablar con mi hijo adolescente y repasar nuestra historia juntos, sintonizar con sus necesidades de niño no satisfechas y con las veces que tomamos decisiones pensando que era lo mejor para ellos, creyendo que la ducha fría era alternativa, pensando que castigar era enseñar, etc. Contarles que pensamos que era la forma de educar porque así lo hicieron con nosotros, pero nunca justificándonos con eso, sino que contándoles que sabemos hoy que así no se hace.
Paso 3: Escuchar a nuestro hijo.
Paso 4: Pedir disculpas y establecer nuevas relaciones de respeto MUTUO.
Es básico que las normas establecidas sean comprendidas por nuestros hijos: por qué no puede llegar tarde, por qué tiene que bañarse a diario, por qué. Estructurarlas juntos nos ayudará a entender sus necesidades y a flexibilizar para ser respetuosos con ellos. Las necesidades van cambiando a medida que crecen, sería buena idea ir modificando las reglas en pos de esto también. No solo las reglas debemos realizar juntos, sino también las responsabilidades de cada miembro de la familia y las regalías.
¿Dónde quedó la autoridad? dirán los más conservadores. Como a los adultos les encanta esto de la autoridad, les cuento que la mayor autoridad se demuestra cuando soy capaz de flexibilizar una norma y cambiarla en pos de los miembros. Solo la verdadera autoridad puede hacer eso.
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