[Opinión] Sexy y feminista

Una feminista es leal a la causa sin descanso, con pelos en las piernas o depilada de arriba a abajo, con tacos altos o zapatillas de levantarse.

MARCELA DEL SOLACTIVISTA SOCIAL, ESCRITORA Y AUTORA DE “CALEIDOSCOPIO” E "INMORTAL"

Por Marcela Del Sol

Fue hace pocas semanas cuando entré a un recital poético con el editor de mi nuevo libro “inmorTal”. Se dieron vuelta a mirarme de tal manera que tuve que revisar si Trump o el anticristo estaban detrás mío.

Al término de la asfixiante jornada y de algunas bastante desabridas líneas recitadas, todos fueron invitados a festejar algo… excepto mi editor y yo. Hace un par de días me enteré porqué: la anfitriona es feminista y está en completo desacuerdo con mi imagen “erótica”. Ese fue mi crimen: verme sexy y luchar por la libertad de la mujer a decidir.

No es poco común que me envíen mensajes o dejen comentarios en mis redes sociales, expresando su repulsión por mi horrorosa opción en las ropas que visto, a una imaginada promiscuidad, a la abundancia de mis pechos o al alto de mis tacos. Al parecer, luchar por la libertad social de la mujer, la erradicación de los paradigmas sociales a los cuales nos han mantenido subyugadas, debería venir con culpabilidad si me “veo” bien.

 Ese fue mi crimen: verme sexy y luchar por la libertad de la mujer a decidir.

Es irrisorio porque justamente aquellos comentarios y actitudes son una clara extensión del trabajo bien hecho del patriarcado: instruyéndonos a pensar que una mujer no es tal si el largo de su vestido, lo florido de su lenguaje o el número (en mi caso, lamentablemente, casi inexistente) de amantes, no corresponde con su interpretación del rol social que nos han determinado. Me siento orgullosa de haberme salido de esa trampa hace mucho tiempo.

No tengo reparos en sacarme la ropa porque mi cuerpo y lo que, o quien, caiga sobre él es mi decisión. Una feminista prosigue siéndolo incluso estando desnuda, porque sencillamente no deja de serlo nunca. Una feminista es leal a la causa sin descanso, con pelos en las piernas o depilada de arriba a abajo, con tacos altos o zapatillas de levantarse.

Al parecer, luchar por la libertad social de la mujer, la erradicación de los paradigmas sociales a los cuales nos han mantenido subyugadas, debería venir con culpabilidad si me “veo” bien.

Cuando exigen que condicione mi lucha a estereotipos “apropiados”, reiteran que solo tenemos derechos a encajar en ciertos moldes y de eso hemos tenido bastantes años.

Es ridículo pensar que si disfruto ciertas “frivolidades” mi compromiso está en riesgo. Tan ridículo como sugerir que no debería aceptar mi forma desnuda, cuando el feminismo es el puente entre los patrones pre-establecidos de belleza y la aceptación de todos los aspectos de nuestros cuerpos. El problema es que mis formas son voluptuosas y ese, queridas, es el discurso que atosiga a esta sociedad con doble estándar: la idea de que mi cuerpo, siendo deseable, no encaja con las formas políticamente correctas en sus mentes. No me cabe duda que de no tener formas que la estética occidental considera atrayentes, no habría tal despliegue de antagonismo hacia lo que defiendo.

Una feminista es leal a la causa sin descanso, con pelos en las piernas o depilada de arriba a abajo, con tacos altos o zapatillas de levantarse.

Por favor, no olvidemos que hay batallas profundamente más importantes que gratuitamente aborrecer a una congénere que no tiene miedo de seguir peleando por tu derecho a expresarte; que hay cosas mucho más trascendentes sobre las cuales podrías emitir opiniones. Resulta paradójico que mi cuerpo y mi decisión sobre él, sean escrutados por otras mujeres, especialmente aquellas que dicen demandar equidad.

No solo la misoginia nos divide, es la falta de profundidad sobre el feminismo, la ligereza de juicio que perpetua el trabajo del patriarcado de manera tan orgánica que no la notamos, lo que le resta fuerzas a una causa que debería unirnos. Incluso yo, la “tetona que quizás con quien se acuesta que le va tan bien”, me levanto, incluso, por los derechos de las mujeres que, repetidamente, me aconsejan que no sea tan honesta, que sea mas sutil, menos polémica y más vestida o ningún hombre me va a querer. Como si el logro más sustancial, el símbolo de validez social, de esta “irreverente”, de las sumisas, de toda mujer, es ser deseada por un hombre. Aunque no lo suficiente, hemos avanzado pero aún parece que incluso para algunas feministas, nuestro valor continúa perversamente atado a nuestra apariencia.

Resulta paradójico que mi cuerpo y mi decisión sobre él, sean escrutados por otras mujeres, especialmente aquellas que dicen demandar equidad.

Ya hay millones de contradicciones que enfrentamos al tratar de dilucidar nuestra identidad. La que más me intriga es aquella que existe entre el feminismo y ser sexy. Aparentemente toda feminista, exige libertad para abrazar su sexualidad, pero cuando se trata de expresión sexual individual, hay una línea que, por ser tan delgada, es casi imposible de identificar. El concepto “sexy” está lleno de opiniones personales, conceptos culturales y muchos otros elementos debatibles. Agreguemos cuál de ellos y porqué es aceptable y la discusión no termina nunca.

Pero lo que sí podemos finalizar, incluso en este mismo instante, es la prolongación de conceptos machistas sobre el cómo ser mujer y comenzar a entender que si piensas que una mujer es más “fea” o “bonita” que tú, reiteras los conceptos estéticos que nos han programado a creer y que tu lealtad hacia el feminismo no depende de la incomodidad que te produce lo pequeño de un bikini o la sororidad que te inspira un chaleco de cuello alto.

No solo la misoginia nos divide, es la falta de profundidad sobre el feminismo, la ligereza de juicio que perpetua el trabajo del patriarcado de manera tan orgánica que no la notamos.

O luchamos por todas o seguimos divididas, esclavas de lo que nos han adiestrado a pensar desde aquellos tiempos en que nuestro derecho a voto y las compañeras ejemplares que pelearon por él, fueron denostadas como quienes exigimos equidad, con grandes o pequeños escotes, hoy.

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