Las consecuencias sicológicas y sociales que sufren las personas tras un terremoto o catástrofe natural no sólo son visibles, sino que materia de estudio hace años. Así, por ejemplo, una investigación de las universidades de Florida y Miami constató que casi dos años después del huracán Katrina, el 29% de los niños de Nueva Orleans aún sufría síntomas de estrés postraumático, mientras que otro de la U. de Concepción mostró que un 21% de los niños de la Octava Región presentaba estos mismos síntomas a casi un año del terremoto y tsunami que afectaron a nuestro país el 27 de febrero de 2010. Pero poco o nada se ha investigado sobre los efectos de estas catástrofes en quienes experimentan esos eventos dentro del vientre materno.
Eso fue lo que hizo la investigadora Florencia Torche, profesora de Sociología de la U. Católica de Chile y de la U. de Nueva York, quien estudió los efectos del terremoto de Taparacá (2005) en mujeres embarazadas de la zona, a quienes comparó con otras que ese mismo año esperaban un hijo, pero que no estaban en las regiones donde se sintió el evento.
Los resultados fueron sorprendentes: en comparación con las cifras habituales, aumentó en un 60% la proporción de niños que nacieron prematuramente y, por lo mismo, con menor peso, entre aquellos que se encontraban en gestación el 13 de junio de 2005 cuando se produjo el terremoto de 7,8 grados en la escala de Mercali. Según datos del Ministerio de Salud, en promedio, sólo un 6% de los niños que nacen cada año en Chile lo hace con 37 o menos semanas de gestación.
Según Torche, el aumento de este tipo de partos constatado en Tarapacá también se habría producido en las regiones del Maule y del Biobío tras el terremoto del 27 de febrero de 2010, aunque advierte que no ha estudiado ese caso.
Su investigación también midió el efecto del desastre natural en los distintos períodos del embarazo, concluyendo que éste se concentró en los niños expuestos al terremoto en el primer trimestre de gestación. Aquellos que experimentaron el desastre en los dos últimos trimestres, o que fueron concebidos inmediatamente después del terremoto, no sufrieron un impacto observable. “El factor más perjudicial fue probablemente un alza aguda y pronunciada del estrés materno. Este gatilla la producción de cortisol y otras hormonas corticoesteroides en la placenta, lo que probablemente altera la duración de la gestación y resulta en un parto prematuro”, explica Torche a La Tercera.
La socióloga dice que este resultado confirma “evidencia reciente, que señala que este proceso es más dañino cuando ocurre temprano en la gestación, al fijar un reloj placentario que adelanta el parto”, añade. De hecho, en 2010 un estudio publicado en el American Journal of Obstetrics and Gynecology mostró que sufrir experiencias estresantes al inicio del embarazo duplica el riesgo de tener guaguas con bajo peso o muy prematuros.
EFECTOS A LARGO PLAZO
El aumento de un 60% en los alumbramientos prematuros entre la madres que vivían en las zonas más afectadas por el terremoto es un dato no menor para la investigadora, ya que otros estudios han demostrado que esta condición puede empañar el desarrollo intelectual y social de los niños, constituyéndose en debilidades casi imposibles de revertir cuando ya están grandes o son adultos. “Estos efectos son considerables por al menos dos razones. Primero, la literatura médica provee abundante evidencia acerca de que el bajo peso al nacer y el nacimiento prematuro son poderosos indicadores de problemas de desarrollo de los individuos. El bajo peso al nacer es la principal causa de mortalidad infantil, se relaciona con problemas de salud en la niñez como desórdenes neurológicos, y en la adultez incide en el desarrollo cognitivo, logro educacional y bienestar socioeconómico de las personas”, dice.
De hecho, una investigación danesa, publicada en la revista Archivos de Enfermedades en la Infancia, mostró que los bebés nacidos antes de tiempo, entre las 34 y las 36 semanas de gestación, tienen un 70% más de posibilidades de desarrollar déficit atencional que aquellos nacidos a las 38 semanas. En tanto, un estudio de la Universidad de Ciencias Médicas de Arkansas y publicado en el Journal of the American Medical Association reveló que las guaguas prematuras son más propensas a tener problemas de aprendizaje y comportamiento a la edad de cinco años que las guaguas de término. No sólo eso, también mostraron enormes diferencias en los tests cognitivos en comparación con los nacidos a las 38 semanas y fueron más agresivos.
De allí que Torche crea que hay que poner especial atención en este fenómeno, pues el efecto del estrés en el nacimiento prematuro podría extenderse incluso a las mujeres que, no habiendo experimentado in situ el terremoto, sí vivieron su carga emocional, es decir, se sintieron tan amenazadas y vulnerables como si estuvieran allí.
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