Quise titular esta columna “aborto en Chile”, pero no habría artículo o me arrestarían para delatar dónde se realizan (no tengo idea), porque es Chile y a pesar de ser 2017, en este auto denominado país “más desarrollado” de Latinoamérica, la decisión de una mujer con respecto a terminar su embarazo, aún es debatida, mayormente por hombres con poderes legislativos.
Recientemente, avanzamos con un proyecto de ley que lo permite, condicionalmente, bajo tres causales, esperanzándonos de alcanzar un “futuro” que la mayoría del mundo desarrollado ya alcanzó. Pero, porque es idiosincrático subir tres peldaños y bajar cuatro, se alborota el poder moralista (y económico) del país a exigir la instauración de la “objeción de conciencia”, sobre todo el equipo médico capacitado para realizar esta operación. Incluso cuando la paciente cumpla con los “requerimientos” oficiales, que certifican su legalidad y encuadre, para proceder.
La decisión de una mujer con respecto a terminar su embarazo, aún es debatida, mayormente por hombres con poderes legislativos.
¿Quién determina, entonces, la factibilidad y justificación de aquellos profesionales dispuestos a excluirse de pabellón en estas circunstancias? ¿Hasta cuán hondo cala el poder “moral” y, mas importantemente, quién lo define? Recordemos que fue durante la dictadura militar que el aborto pasó a ser totalitariamente abolido, para evitar “la degeneración de los valores de la patria”, reafirmando poderes dogmáticos.
Podríamos concluir que la oposición al aborto, y a la libertad de opción de una mujer, es estrechamente resguardada por el espectro político que comparte estos valores, omitiendo observar que , intrínsecamente, la religión no hace del aborto un asunto a ser penalizado, mas allá que la mención en Éxodo 21:22 que dice: “cuando en una pelea entre hombres alguien golpee a una mujer encinta, haciéndole abortar, pero sin causarle ninguna lesión, se impondrá al causante la multa que reclame el marido de la mujer, y la pagará ante los jueces”. Ahí lo tiene; el aborto ni siquiera se equipara a una lesión.
Esto sucede la misma semana en que nos enteramos, mediáticamente, que han sido más de mil trecientos los niños muertos en manos de organismos públicos. ¿Entonces, es moralmente más importante proteger la vida de un feto?
No obstante, aquella “objeción de conciencia” que en estos momentos pende amenazadora sobre la libertad femenina de reproducción (que directamente impacta la productividad de toda nación que tenga que proveer recursos para el bienestar, no solo sobrevivencia, de cada uno de sus miembros) es reiterativo en su postura de considerar el aborto como “homicidio” o “asesinato”. Ni siquiera Santo Tomas de Aquino o San Agustín, algunos de los más altos eruditos religiosos, se refirieron al aborto como tal, ya que postularon que no existe alma en un cuerpo que no experimenta sensaciones, por ende, el aborto solo significa asesinato en la etapa más avanzada de embarazo.
Pero en Chile, un sector minoritario, pero influyente, tiene el atrevimiento de implícitamente designarse superior a estos representantes máximos de la mismísima fe que supuestamente amparan y exigen que su interpretación de “moralidad correcta”, irónicamente arraigada durante un gobierno genocida, continúe establecida.
Y esto sucede la misma semana en que nos enteramos, mediáticamente, que han sido más de mil trecientos los niños muertos en manos de organismos públicos. ¿Entonces, es moralmente más importante proteger la vida de un feto?
[Opinión] Nabila, los que no ven son otros. – Biut.cl
Quisiera escribir una columna optimista. Pero es un día triste para quienes ejercemos en el área de la justicia. ¿Cómo explicar a las mujeres (y hombres) que me consultan sobre la señal que está dando nuestra máxima judicatura ante casos de violencia tan aberrantes como el de la valiente Nabila?
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