¿Debiese el feminismo, el movimiento de mujeres, incluir y considerar en sus demandas aquellas pertenecientes al transactivismo?
Nuestra respuesta, como mujeres que han dedicado gran parte de los últimos años a formarse teórica y prácticamente en el feminismo, es no. Al respecto quisiéramos aclarar que esta respuesta no nace del odio, al contrario, creemos que a las personas trans, en especial aquellas que sufren de disforia sexual (el sentimiento de que se está en un cuerpo equivocado), se les debiese garantizar un trato digno y justo, y un entorno libre de violencia y prejuicios. Sabemos que actualmente no es así, y compartimos que es una situación que debe cambiar.
Nuestra respuesta a esta pregunta sobre el feminismo y transactivismo no nace entonces del odio ni del deseo de exclusión arbitraria de individuos trans, sino que tiene que ver con posturas políticas respecto del activismo trans que algunos, no todos, profesan. Esto, porque creemos que pone en riesgo cosas por las que el feminismo ha luchado históricamente en materia de seguridad de las mujeres y destrucción de los estereotipos de género. Nace de un entendimiento de la historia del feminismo, de sus planteamientos y sus logros; es una postura política contraria a toda práctica, creencia o institución que ponga en riesgo la integridad de las mujeres, no un posicionamiento individual en contra de las personas trans. Ahora intentaremos explicar por qué nosotras, y miles de feministas alrededor del mundo, sentimos que el transactivismo, como está planteado actualmente, se opone a la seguridad y liberación de las mujeres.
Primero que todo, es fundamental aclarar los muy manoseados conceptos de sexo y género que, a nuestro parecer, se han confundido gravemente.
Por un lado, entendemos sexo como la realidad biológica: hombre y mujer, varón y hembra. Sí, sabemos que no es una dicotomía perfecta, que los distintos factores que componen el sexo biológico pueden variar y no distinguirse tan claramente (a nivel genético, los cromosomas no son siempre simplemente XX y XY, a nivel gonadal pueden haber traslapes entre ovarios y testículos, y lo mismo con las hormonas y las características sexuales secundarias como el ancho de la espalda, el pelo facial, etc.). Y sí, también somos conscientes de que existe la gente intersexual y que la presión por hacerles encajar en un sexo u otro ha sido siempre muy violenta. Sabemos todo eso, pero lo cierto es que las personas intersexuales (que merecen mejores condiciones de vida y tratos médicos más dignos) y en general personas con cualquier grado de intersexualidad, no son más del 1%, cifra sacada de la ISNA (Intersex Society of North America). Es decir, 99% de la población encaja en la dicotomía sexual hombre-mujer, lo cual tiene sentido porque el dimorfismo sexual es una característica de nuestra especie. La diferencia sexual es un hecho que no podemos negar, es un fundamento biológico de nuestra especie, y de muchas otras.
Las feministas, en especial las feministas radicales, quienes abrieron toda esta discusión en los años 70, somos completamentes contrarias al determinismo biológico o biologicismo.
Por el otro lado, entendemos género como el conjunto de normas sociales de comportamiento que se imponen sobre dicha realidad biológica, lo “masculino” en los hombres y lo “femenino” en las mujeres. Con esto ya no nos referimos a nuestros cuerpos sexuados, sino a los comportamientos que se han impuesto sobre esos cuerpos para mantener una estructura social determinada: el cuerpo sexuado hombre sobre el cuerpo sexuado mujer, o, en otras palabras, el patriarcado. Para ello el género masculino, el estereotipo de comportamiento que deben seguir los varones, se basa en que los sujetos hombres sean violentos, egocéntricos, de sensibilidad restringida, avasalladores, imponentes, posesivos, poderosos, acaparadores, etc. Y por ello a los bebés nacidos hombres, desde que nacen, se les incita a ser fuertes y seguros de sí mismos, se les regalan autos y juegos de lógica para que sean ingenieros, figuras de acción para que se aclimaten a la violencia, etc. Se les enseña que el mundo es suyo. En cambio, el género femenino se impone a las niñas por nacer sexuadas mujeres, para que luego puedan cumplir el rol que se les ha destinado en la sociedad patriarcal: servir a los hombres con nuestro potencial sexual y reproductivo. Entonces, se les (nos) enseña a callarnos, a ser dóciles, en fin, a ser bonitos adornos y sirvientas para los hombres. Y, así, a las niñas pequeñas se les inculca el jugar a la cocinita y a ser mamás, a jugar a las barbies con montones de ropa y maquillajes para verse perfectas a la mirada masculina y a soñar con un día casarse y tener un patrón y marido y darle hijos.
Todos esos comportamientos estereotipados, tanto femeninos como masculinos, no tienen nada que ver en sí con la biología, en abstracto están completamente desligados, el problema es que la sociedad patriarcal asocia ciertos comportamientos a cada sexo y los hace parecer indisolubles para mantener la jerarquía de los hombres sobre las mujeres. Aquí se explica la idea, en su momento revolucionaria y ahora malentendida, de que el género es un constructo social. La gente transactivista suele agarrarse de esta idea para decir que las feministas radicales somos ignorantes y no entendemos nada, pero, en realidad, la idea del constructo social no es, en lo más mínimo, aplicable a la narrativa de la identidad de género. Identidad es lo opuesto a constructo social, la primera viene de adentro, es auténtica e individual, mientras que la segunda es, por definición, una conceptualización colectiva que se ha generado en la sociedad, se ha normalizado y aceptado como verdad absoluta, y se ha impuesto sobre los sujetos. El género no viene de los individuos, la sociedad lo fuerza en ellos para mantener cierto status quo. Lo revolucionario del feminismo fue desligar el rosado, la cocina y la docilidad de nuestra biología innata y decir que esas cosas fueron impuestas a las mujeres, no elegidas por ellas.
La separación teórica entre género y sexo realizada por las feministas, en específico por las feministas radicales, es de utilidad para comprender que existen diferencias sexuales entre hombres y mujeres, que son inalterables.
Esto es lo que defendemos, y por ello también es falaz decir que se trata de una postura biologicista. Las feministas, en especial las feministas radicales, quienes abrieron toda esta discusión en los años 70, somos completamentes contrarias al determinismo biológico o biologicismo. ¿Qué quiere decir esto? El biologicismo plantea que la biología (el sexo) determina lo psicológico (el comportamiento y personalidad), que las mujeres son dóciles porque su biología lo determina. Nosotras decimos, por el contrario, que nacimos mujeres, somos mujeres, lo cual es un hecho y no un destino, y si muchas tendemos a la docilidad es porque nos lo impusieron para explotar nuestros cuerpos sexuados, no porque esté determinado por ellos. El feminismo desde sus inicios ha planteado de una u otra forma que el nacer mujer no debería implicar una posición social subordinada. El feminismo, a lo largo de la historia, explícita o tácitamente, ha planteado acabar con la creencia de que existe un comportamiento social asociado a nuestra realidad biológica, es decir, el feminismo lo que ha planteado es acabar con el género.
La separación teórica entre género y sexo realizada por las feministas, en específico por las feministas radicales, es de utilidad para comprender que existen diferencias sexuales entre hombres y mujeres, que son inalterables (sexo), y que existen diferencias sociales jerárquicas que buscamos eliminar (género). Pero, en la práctica, no podemos separar ambos, no podemos separar la opresión que implica el género de la experiencia sexuada.
Solo hay dos cosas que absolutamente todas las mujeres del mundo tenemos en común: Nuestros cuerpos sexuados y la opresión por tenerlo. El sexo y el género.
¿Por qué? Porque si enumeramos algunas de estas opresiones podremos ver fácilmente qué tienen en común: ablación genital, vientres de alquiler, prostitución, violaciones, esterilizaciones forzadas, matrimonio infantil, brecha salarial, violencia obstétrica, etc. Todas tienen en común una cosa. Todas estas violencias se realizan explotando el cuerpo sexuado de las mujeres.
No existe una forma universal de ser mujer, las mujeres no pensamos lo mismo, no tenemos los mismos gustos, no reaccionamos de la misma manera frente a una misma situación etc. Solo hay dos cosas que absolutamente todas las mujeres del mundo tenemos en común: Nuestros cuerpos sexuados y la opresión por tenerlo. El sexo y el género.
Cuando Simone de Beauvoir, antecesora del feminismo radical, dijo “no se nace mujer, se llega a serlo” no se refería a que cualquier humano pudiese llegar a ser mujer si así lo deseaba. Se refería a que las hembras humanas no nacíamos con una predisposición a la subordinación social, sino que esta era aprendida.
De todo esto se desprende que entender el género como una identidad, como una expresión proveniente desde los sentimientos individuales de cada persona, es contrario a los planteamientos feministas.
Nuestra vida, nuestro ser mujer, no está separado de nuestro cuerpo. La separación entre cuerpo y mente no nos hace sentido, ser mujer es tener cuerpo de mujer y habitar con él el mundo, todos los estímulos, naturales y sociales, los procesamos mediante él. Ninguna persona puede acceder a la dolorosa experiencia que significa ser mujer en este mundo sin haberla vivido en carne. Se puede empatizar, pero no comprenderla ni creer vivirla.
Bastante ha costado a todos los movimientos sociales entablar que hay opresiones que unas personas viven y que otras no, dependiendo de nuestro sexo, raza o clase. Bastante ha costado generar espacios separados para que las mujeres podamos hablar de nuestra vivencias sin temor a ser juzgadas por quienes no las comprenden.
Tener un espacio, un movimiento político (el feminismo) para luchar contra nuestras opresiones y generar nuestro propio conocimiento e interpretar el mundo desde nuestra perspectiva no es una expresión de odio. Es una expresión de amor hacia todas esas otras mujeres, quienes se ven reflejadas en el relato de la otra.
Entender el género como una identidad, como una expresión proveniente desde los sentimientos individuales de cada persona, es contrario a los planteamientos feministas.
No negamos que los varones transidentificados sufran violencia, generalmente cometida por otros hombres, no por feministas. Solo decimos que nuestras violencias tienen orígenes y mecanismos distintos, la nuestra es porque somos mujeres la suya es porque son varones que no encajan con lo que socialmente se espera de ellos. Invadir nuestros espacios, los espacios de las mujeres, y tomar nuestras oportunidades de hablar (recordemos que el pasado 8 de marzo un varón que hace solo algunos meses se identifica como mujer tomó una vocería de la marcha de Santiago) y criticarnos cuando hablemos de nuestros cuerpos como algo fundamental en nuestra construcción como personas no los va a zafar de dicha violencia, solo nos sumirá a nosotras aún más en la nuestra.
Podemos solidarizar, pero no estamos dispuestas a perder un espacio que tanto ha costado construir y mantener. Tampoco estamos dispuestas a aceptar el discurso que plantea que los varones transidentificados son mujeres.
Hoy no firmamos con nuestros nombres porque tenemos miedo, porque muchas mujeres son silenciadas violentamente, en su mayoría por hombres que se dicen aliados feministas, al criticar el discurso del género como identidad, y defender el discurso propiamente feminista del género como jerarquía social a eliminar, porque por expresar estas ideas ya hemos recibido amenazas de violencia. Hoy no firmamos con nuestros nombres, pero sabemos que en estas palabras reflejan la voz de muchas mujeres feministas, de todas partes del mundo.
“La subordinación histórica y continuada de las mujeres no ha surgido porque miembras de nuestra especie hayan decidido identificarse con un rol social inferior (y sería un acto indignante de culpabilizar a la víctima el sugerir que ha sido así). Ha emergido como un medio a través del cual los hombres pueden dominar a esa mitad de la especie que es capaz de gestar niños, y explotar su labor sexual y reproductiva. No podemos darle sentido al desarrollo histórico del patriarcado y la existencia continuada de discriminación sexista y misoginia cultural sin reconocer la realidad de la biología femenina y la existencia de una clase de personas biológicamente femeninas.” Rebecca Reilly-Cooper
¿Debiese el feminismo incluir entre sus demandas aquellas pertenecientes al transactivismo?
— Biutcl (@biutcl) 6 de abril de 2018
[Opinión] Lucha trans y feminismo – Biut.cl
El feminismo es un movimiento político y social que surge desde el cuestionamiento del género y sus imposiciones. Desde sus comienzos ha realizado una crítica profunda de aquello que consideramos natural, pues en esa supuesta naturaleza, el feminismo ha mostrado que se oculta una realidad de opresión y dominación.
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