No estoy contra el piropo, estoy contra el derecho que algunos se arrogan de opinar sobre la apariencia física de otro, sin que nadie les haya preguntado. A partir de ahí, solo agravantes, peor si el comentario es sexista, peor si es de un adulto hacia una niña o adolescente, peor si tiene connotación sexual, peor si incluye conductas físicas, peor…
El piropo es una “tradición” que nos recuerda el lugar que las mujeres ocupamos en la sociedad. Pasó de ser un acto de galantería a un gesto de dominación del espacio público. Porque se da ampliamente fuera del contexto privado y no es bidireccional, el piropo es en la totalidad de los casos -la excepción hace la regla- de hombres a mujeres. Y supuestamente, debemos sentirnos halagadas de recibir uno; incluso, afortunadas. Si salimos a la calle y nadie nos dice nada, habremos fracasado en nuestro intento de llamar la atención o vernos agradables al ojo ajeno.
¿Por qué es importante validar nuestro aspecto físico por otro o, incluso, en competencia con las propias congéneres?
Si bien, las chilenas podemos ingresar a las universidades desde 1877, cuando se firma el Decreto Amunátegui, y podemos votar y ser elegidas en plenitud, en la segunda mitad del siglo XX, cuando muchos de nuestros adultos mayores ya habían nacido, hasta hace 20 años, era muy difícil que una mujer pudiera hacer carrera profesional. Las que lo lograban eran realmente únicas, adelantadas a su época, y probablemente, con una fuerte y cercana influencia extranjera.
La vida de las mujeres cuesta más y paga menos. El sistema está hecho para que dependamos económicamente y nos instiga, permanentemente, a volver a cumplir el rol tradicional de dueña de casa, madre de familia, y dejar el de proveedor al hombre, al jefe de hogar.
Las mujeres, por una fuerte presión cultural, social y familiar, no podíamos ocupar el espacio público pues nuestro rol principal era en la casa. Tomemos en consideración que Eloísa Diaz, la primera en ingresar a una casa de estudios superiores, debía estar en clases tras un biombo y asistía acompañada de su madre, ante la resistencia de sus profesores y compañeros. Casi en paralelo, Domitila Silva se inscribía en el servicio electoral argumentando ser chilena y saber leer y escribir lo que conduciría a nuestros legisladores a prohibir expresamente el voto femenino. Cuando lo obtuvimos en plenitud, el año 1952, tras una dura lucha que dieron muchas mujeres de entornos privilegiados en educación, influenciadas por los avances de las sufragistas europeas (a propósito de algunas críticas al movimiento feminista chileno actual y su supuesto elitismo), gran parte de la población, hombres y mujeres, seguían pensando, desde que ese no era un terreno adecuado para la mujer hasta que éramos débiles mentalmente, muy influenciables, poco seguras y confiables para darnos esa responsabilidad.
“Hay que preocuparse de las feas”
El tiempo avanzó y pese a haber conquistado esos derechos, siguen existiendo una serie de trabas que impiden nuestro total desenvolvimiento en el mundo laboral, político o académico. La vida de las mujeres cuesta más y paga menos. El sistema está hecho para que dependamos económicamente y nos instiga, permanentemente, a volver a cumplir el rol tradicional de dueña de casa, madre de familia, y dejar el de proveedor al hombre, al jefe de hogar. De hecho, el código civil así lo estipula, el esposo es el administrador de la sociedad conyugal y a un corto trecho de entrar a los 90s, la mujer era considerada en la Ley “incapaz” de administrar su patrimonio. En la gran mayoría de los casos, las mujeres del mundo nos incorporábamos al trabajo por necesidad económica, personal (abandono o separación del marido) o nacional (guerras), en labores muy precarias o de tercer orden con pocos o nulos derechos y baja retribución salarial. Muchos recordarán que las madres separadas eran consideradas una amenaza por sus pares co-generacionales casadas, siendo, en el mayor de los casos, exiliadas de sus entornos sociales, pues estaba instalada la idea que lo único que las impulsaba en la vida era volver a encontrar marido, al modo que fuere, pues esa era su salvación.
La frase de un profesor recogida en las denuncias hechas por las alumnas de la facultad de derecho de la UC confirma esa realidad que aún permanece en el imaginario de muchos: “Hay que exigirles más a las mujeres feas porque las lindas, aunque tontas, igual encuentran marido. Pero fea y tonta no hay quién la aguante”.
Ser lindas, nos da una gran oportunidad, una ventaja en la búsqueda de marido que sería la solución para no vivir un futuro sumido en la soledad, peor aún, en la precariedad.
La role model
Ser mujer bonita es entonces, un valor para la sociedad. El gran problema es que es casi el único valor que importa. Para eso, basta ver las portadas en los kioscos y analizar qué se destaca como positivo de los hombres versus las mujeres en las fotos y titulares de diversos medios. Qué tipo de hombre y qué mujer aparece en las portadas. Probablemente, usted note con facilidad que los varones tendrán variadas formas físicas, estará muy bien vestido, la mayor parte de las veces, en terno y los titulares referirán a un éxito en el mundo de los negocios u otros ámbitos del quehacer profesional. En el caso de las mujeres, aparecerán algunos nombres conocidos y otras anónimas pero con algo en común: responderán a los más altos estándares de belleza que existen. Las científicas, las investigadoras, las emprendedoras, las creadoras y esas miles de mujeres, que hacen un aporte intelectual a diario al país y su desarrollo, no están en la gran mayoría de las portadas.
Un estudio realizado por Vida en Portadas, entre Abril y Junio del 2017, arrojó que de 433 portadas de diarios de circulación nacional, el 74% de las fotos eran hombres y 26% con mujeres. Y de ese porcentaje, el 0,8% de los hombres aparece en ropa interior versus el 7,1% de las mujeres. Esta realidad, de la relevancia que tenemos en los medios escritos y en qué condiciones, se dio en un contexto país con Presidenta y precandidatas presidenciales, lo que aumentó la presencia de las congéneres. Probablemente, el estudio replicaría resultados de llevarse a la pantalla chica.
Los medios que antaño publicaron las caras de los Ministros y los zapatos de las Ministras en un gabinete recién asumido, no hacen ni un favor. Perpetuar la idea sobre cuan agradecidas debemos sentirnos las mujeres, cuando un desconocido nos apruebe la apariencia física, tampoco. Porque no nos debe importar.
Las niñas y adolescentes tienen como principal role model de éxito a mujeres vinculadas al mundo de la moda, la belleza y la entretención. Muchas de ellas con estándares de regímenes dietéticos y salud física cuestionables, que provocan una serie de trastornos alimentarios en la población más joven que han hecho que en Francia y otros países del mundo, se legisle sobre la materia. Si a una adolescente le preguntas qué necesita para ser una mujer destacada, según lo que ha visto en cada una de las imágenes con las que se topó en su casa, desde que salió hasta que llegó al colegio, lo más probable es que la más sincera de las respuestas sea “ser bonita”. Y como se lo oí a la autora del proyecto La Rebelión del Cuerpo, Nerea de Ugarte, tenemos a teenagers más preocupados de cómo verse mejor y no en cómo hacer de éste un mundo mejor.
Más grave aún, una encuesta realizada en conjunto entre ONU Mujeres, Unilever y Adimark el año 2016, en el marco del Programa para la Autoestima, arrojó que el 36% de las adolescentes chilenas deja de hacer lo que le gusta, ya sea deporte, ir a la playa o a la piscina, a los 13 años. Edad en la que empiezan a tener conciencia del juicio que se cierne sobre ellas por su aspecto físico. No es la mayoría, no es lo normal, pero es un gran porcentaje de niñas que deja de levantar la mano para opinar, porque teme que no opinen sobre lo que diga sino sobre cómo viste o luce su cuerpo. Lo que disminuye la posibilidad de construir grandes liderazgos a futuro.
En eso, los adultos que en una interpelación parlamentaria hablan de la buenamoza Ministra o la estupenda Diputada, no hacen ni un favor. Los medios que antaño publicaron las caras de los Ministros y los zapatos de las Ministras en un gabinete recién asumido, no hacen ni un favor. Perpetuar la idea sobre cuan agradecidas debemos sentirnos las mujeres, cuando un desconocido nos apruebe la apariencia física, tampoco. Porque no nos debe importar. Porque no seremos mejores ciudadanas por eso y porque nadie tiene derecho a invadir el espacio personal para hacer un comentario sexista, menos para abordarnos físicamente, porque eso es violento. Y porque detrás de aquello, continuamos reforzando una de los más altas obligaciones y aspiraciones que la sociedad machista nos impone a las mujeres: ser bonitas, atractivas sexualmente; cumplir con los estándares de belleza.
Si aún así, usted está preocupado de los matices y cree que su derecho a tirar un piropo es más importante que respetar el espacio personal de un tercero. Que se desborda de creatividad y que esa persona a la que desea interpelar debe dejarse abordar; entonces, siga la regla de las 3C que aquí le presentamos:
Conocimiento: Un piropo sólo debe ser emitido entre personas que se conozcan.
Confianza: el piropo corresponderá decirlo en una relación de confianza bidireccional entre las partes, donde no haya espacio para el abuso de poder.
Consentimiento: el piropo sólo será válido si es que está consentido implícita o explícitamente en la relación, así como otros tratos y conductas que formen parte de ella.
FIN
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