Indudablemente, estamos en un momento socio-histórico complejísimo, pero interesante que nos abre a encontrar nuevas formas de relación.
Los y las jóvenes impulsores de este movimiento serán recordadas(os) por hacer visibles aspectos que nuestra sociedad chilena invisibilizó por mucho tiempo. Pero también están haciendo visible nuestra ciudadanía dudosa, nuestra dignidad invisibilizada. Están evidenciando que en una sociedad todos y todas deberíamos tener espacio, y que nuestra ciudadanía nunca debería estar en entredicho, en especial por el tamaño del bolsillo.
Este novedoso movimiento que permite decir “Chile despertó”, atraviesa no solo la política, la gestión, la coyuntura nacional, la relación hombre-mujer, la diversidad, nuestras propias vidas, y tanto más. No imagino a alguien a quien no toque de una u otra manera lo que está pasando.
¿Cuál es el problema? Por ser un movimiento novedoso, no tenemos pautas comportamentales claras aún de cómo relacionarnos como ciudadanas y ciudadanos; debemos ir aprendiendo en el camino.
La condición primordial de lo que ocurre hoy en las calles es la participación colectiva, los cabildos, los grupos de conversación “cara a cara”, sin distinción alguna. Las personas salen a marchar pacíficamente (sin dejar de lado los que destrozan) de manera autoconvocada y las vocerías dan la idea de ser espontáneas: un formato realmente democrático, con sus fortalezas y debilidades. Estamos acostumbrados a estructuras duras, a jerarquías, a partidos políticos, a agendas claras, a metas precisas.
Pienso que este nuevo paradigma emergente tal vez dé vuelta la anquilosada forma de gestión y permita el surgimiento de un nuevo paradigma que nos lleve a una real democracia, donde los cargos políticos sean actores secundarios del gran protagonista: los y las ciudadanos(as).
Esta nueva democracia la vamos a ir construyendo en conjunto. No significa desechar todo, sino reformular, deconstruir y aprender-haciendo.
Ello llevará años e indudablemente tendremos avances y retrocesos. Confiar en esta propuesta emergente, que para algunos puede ser más fácil que para otros, es un desafío gigantesco que en mi calidad de mujer que ha vivido muchas décadas, me llena de entusiasmo y me dan ganas de intentar participar.
Nos hemos visto interpelados no sólo por los cabildos y a las demandas de la ciudadanía chilena en las calles, sino a la sociedad digitalizada. Las conversaciones han estado mediadas por las redes digitales de comunicación, popularizadas, instantáneas, globalizadas, donde las fronteras desaparecen en un instante y aparece un nuevo fenómeno, el de la “cercanía en la distancia”, que tiene como característica fundamental el desdibujar los límites territoriales de tal modo que la instantaneidad está presente en todo momento.
Me gustaría en estos momentos traer a la memoria a Heidegger, que en el año 1935 escribió: “Cuando se haya conquistado técnicamente y explotado económicamente hasta el último rincón del planeta, cuando cualquier acontecimiento en cualquier lugar se haya vuelto accesible con la rapidez que se desee, cuando se pueda «asistir» simultáneamente a un atentado en Francia y a un concierto sinfónico en Tokio…”, la pregunta: «¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y luego qué?» se hará nuevamente necesaria”.
Los ciudadanos y ciudadanas estamos encontrando un nuevo horizonte de sentido para nuestro país, que nos incluya a todas y todos, que nos haga sentir dignas y dignos y nos permita gritar con orgullo, SOY CHILENA(O).
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