Ciertos rasgos de la personalidad e incluso el volumen del cerebro asociado a áreas como el autocontrol, la memoria y la empatía, pueden moldearse a voluntad a través de cambios en la conducta y actividades como el ejercicio físico.En un abrir y cerrar de ojos -digamos unos 20 mil años- el ser humano ha perdido el equivalente a una pelota de tenis de materia gris, evidencia que para los científicos es una prueba concreta de que la evolución del hombre no se detiene: el menor tamaño, lejos de implicar una pérdida de capacidades, indica que nuestro cerebro se vuelve más eficiente. Todavía más veloz ha sido la sorprendente evolución de los moken, pueblo que habita las pequeñas islas que rodean a Birmania y Tailandia desde hace al menos cuatro mil años. Conocidos como los gitanos del mar, las nuevas generaciones han desarrollado una habilidad para ver debajo del agua que no comparte el resto de los seres humanos.
Y si bien es cierto que para la biología evolutiva estas alteraciones representan procesos “en extremo” acelerados de evolución, difícilmente cualquiera de nosotros podría esperar ser testigo de alguna modificación de esta clase en el transcurso de sus vidas. ¿No es así? No para los especialistas que han desarrollado el concepto de la “evolución consciente”, idea que comienza a tomar fuerza en el ámbito de la sicología y el comportamiento.
Súper cerebro
Según comienzan a comprobar diversos estudios científicos, cambios concretos en nuestra conducta, el ejercicio físico y técnicas como la meditación, tienen el potencial de gatillar modificaciones perceptibles en el curso de unos pocos años: la capacidad mental, la forma en que nos relacionamos con otros y nuestra personalidad, pueden así “moldearse a nuestra voluntad”. La meditación y el ejercicio, incluso, probaron en recientes estudios que logran modificar el volumen del cerebro en áreas relacionadas al autocontrol, la memoria, el estrés y las capacidades cognitivas.
Un ejemplo corresponde a las últimas investigaciones que han revelado que el ejercicio físico ayuda a desarrollar áreas del cerebro relacionadas con funciones cognitivas complejas. La Universidad de Illinois (EE.UU.) realizó este año un experimento con jóvenes atletas y jóvenes sanos que no practicaban deporte de forma regular. En un ambiente de realidad virtual que simulaba una ciudad, ambos grupos debían mostrar su habilidad para cruzar una calle repleta de tráfico y sometidos a muchas distracciones.
Los atletas tuvieron un desempeño significativamente mayor, pero no por cruzar más rápido como se pudiese pensar -debido a su habilidad física-, sino por “pensar” más rápido: lograban filtrar de manera más efectiva los estímulos irrelevantes.
La misma universidad decidió ver si esto se debía a cambios físicos en el cerebro. Para ello analizaron los cerebros de niños que realizaban actividad física versus otros que no, usando resonancia magnética. En dos estudios los deportistas mostraron tener más desarrollado y “mejor conectado” el hipocampo y los ganglios basales, lo que se relaciona con una mejor capacidad intelectual y rapidez mental. Otro estudio realizado por la Universidad de Northwesterm, EE.UU., probó en un experimento con roedores que el ejercicio disminuye en 50% la acción de una proteína responsable de disminuir la capacidad de las neuronas para regenerarse a medida que envejecemos.
Empatía y cero estrés
Junto con esto, se puede “evolucionar” de manera intencional para fortalecer las regiones del cerebro ligadas con la empatía, la autoconciencia, la memoria y el estrés. Para ello han probado ser efectivas tanto la meditación como expresar emociones positivas o el plantearse metas por encima de nuestras capacidades.
En el caso de la meditación, por ejemplo, un estudio de la Universidad de Massachusetts (EE.UU.) documentó recientemente -por primera vez- que practicarla genera modificaciones en la materia gris. Tras analizar imágenes cerebrales de voluntarios que participaron en un programa de ocho semanas de duración, se comprobó que habían desarrollado una mayor densidad en áreas como el hipocampo, asociada a funciones de aprendizaje, memoria, compasión e introspección. A esto se suma una reducción en la densidad de la amígdala, el área que controla el miedo y la ansiedad, lo que explica por qué la meditación reduce el estrés.
Pero no solo los deportistas y los seguidores de filosofías orientales pueden generar cambios a nivel biológico. Simples actitudes como plantearse metas por encima de nuestras capacidades han mostrado ser también efectivas. Fue lo que probó un estudio de la Universidad de Austin (EE.UU.), que siguió a un grupo de personas durante el curso de sus vidas. Mostraban fortalezas cerebrales comparados con aquellos que no se planteaban tales desafíos: menos estrés, se confesaban más felices y estaban más satisfechos con sus vidas. Resultados similares mostró un informe de la Universidad de North Carolina, Chapel Hill (Estados Unidos), que comparó a personas que utilizaban el optimismo y las emociones positivas en su vida diaria: tenían mejor autoestima.
Finalmente, la resiliencia o capacidad para superar momentos duros o traumáticos también ha probado poder ser “moldeada” en experimentos. Un estudio de la Universidad de California, Irvine, probó que la resiliencia es como “un músculo que se desarrolla con el ejercicio”. En otras palabras, al atravesar dificultades una y otra vez, nos vamos fortaleciendo y mejorando nuestra capacidad de resistir al estrés. Y, lo mejor de todo, no hay que esperar 20 mil años para ver los resultados.
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