Tiene detractores y defensores. El llamado juego de las matrimillas se ha convertido en toda una forma de negociar cosas para todos aquellos que viven en pareja.
Es que, tal como lo describen en el diario trasandino La Nación, este concepto “describe el crédito del que dispone cada uno de los miembros de una pareja para llevar adelante planes individuales o en los cuales el único beneficiario inmediato es aquel que los propone”.
Así, “las matrimillas posibilitan el hecho de que cada uno de los integrantes pueda hacer las cosas que realmente le interesan”, indican en el mismo sitio.
Por ejemplo, en la web de Clarín recogen un testimonio: “mi marido fue a ver la final de la Copa del Mundo con amigos, entonces yo después estuve planificando el viaje a favor que me quedaba, y al año siguiente me fui a Río a ver los Juegos Olímpicos con mis amigos una semana. Está bueno, como para no tener tanto cargo de conciencia a la hora de hacer lo que tengas planificado, y también para que cada uno tenga su lugar, su grupo de amigos y su independencia”, señala Carolina, la entrevistada.
Sin embargo, pese a que parece ser un sistema que funciona para algunos, igual tiene detractores. “Lo positivo de las matrimillas es crear conciencia del compromiso con el otro, tener en cuenta sus necesidades y despegar del propio narcisismo. Pero lo negativo es el riesgo de cosificar la ética, el afecto y el amor, transformándolo en una competencia banal de premio y castigo”, dice el psiquiatra Roberto Sivak a La Nación.
Y agrega que “sería valorable que las matrimillas se traduzcan en el crecimiento y enriquecimiento afectivo y humano en el vínculo de la pareja sin necesidad de una carrera de premios”.
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