Todos me conocen como La Pequeña. Una cabra chica entretenida, inquieta y súper curiosa por la vida. Hoy, en nuestro primer encuentro, quiero contarles sobre mi amiga Julieta.
Julieta, se vino de vacaciones. Empacó sus cosas, y tomó el primer vuelo que la trajo hasta el litoral de nuestro país. Dijo que tenía ganas de salir de su empaquetado vestido femenino, y lucir un bikini más osado. Era una idea que tenía dando vueltas hace tiempo en su cabeza.
Así fue como después de horas de viaje desde su querida Verona, apareció caminando por las playas nacionales.
La gente le sonreía, ella mostraba su delicada dentadura de vuelta, en señal de agradecimiento por tan grata bienvenida. Estaba ansiosa de sus primeros días de relajo en las hermosas costas de Chile.
Lo primero que me preguntó cuando no juntamos, fue sobre qué era eso de las candidatas a un tal festival musical. Era todo lo que recordaba de una conversación que de puro metida que es ella, había escuchado de dos jovencitas en el aeropuerto. Le conté entonces que el Festival de Viña era nuestra mejor carta de presentación, musicalmente hablando. Que gracias a este gran show, muchos artistas conocen nuestro país. Y así fue cómo se enteró quiénes son esas esculturales mujeres que compiten por la tan preciada corona festivalera.
Le gustó. Le llamó la atención la disputa por los brillos que podría tener en la cabeza, y comenzó a averiguar aún más sobre este concurso.
Comenzó a ver más televisión de lo que había visto en su vida, a pasear por malls y ver en cada una de sus esquinas alguna publicidad de este afamado show musical. Cada vez se metida más en los entretelones de la jornada que prontamente comenzaría.
Uno de esos días en que paseaba por la calle Libertad, principal en Viña, dedicaba a preparar su campaña como candidata a reina, escuchó una conversación de dos hombres que comentaban por quién votaría. Julieta quedó encantada. Dijo que le gustaba que todos hablaran el mismo dialecto, el mismo idioma, el mismo tema. Los niños esperaban ansiosos la posibilidad de ver a sus cantantes favoritos, y los jóvenes comparaban sus entradas para no perderse ningún minuto de tan entretenido espectáculo. Cada día más, Julieta se sentía dichosa de estar en nuestro país.
Julieta estaba embobada. Estaba feliz, dichosa. Siempre ha sido una persona muy intensa, pero hasta yo, su mejor amiga, pocas veces la había visto con tanto sentimiento de encanto por un lugar. Nuevos personajes, paisajes, lugares. Al principio no lo entendí, pero luego de varios días de análisis, tardes de helados junto a ella y también, por qué no decirlo, un par de kilos de más que nos sumamos con tantas copuchas que conversar, lo entendí.
Julieta estaba hipnotizada con este concurso de belleza de la elección de la candidata a reina del festival por una simple razón. Julieta había descubierto lo más guachaca de nuestro festival, y de pasadita me había hecho a mí darme cuento de aquello también.
Tantos años teniendo frente a mí la misma rutina de búsqueda de la mujer más destacada para verla lanzarse su mejor piquero a la piscina, y no me había dado cuenta que en el fondo, sin importar quién gana, es este escenario una muestra más de esa cultura pícara, entretenida, urbana y muy coqueta.
Julieta abrió sus ojos, descubrió lo entretenido que es ser mujer con certámenes con estos, y abrió los míos.
Julieta, con su encanto conservador había escuchado, como pocas veces en su vida a mujeres hablando liberalmente de diversos temas, las había visto pasearse con pequeños bikini por la playa, y las había conocido como protagonistas de la noticia. Julieta es una mujer ingenua, sencilla, que viene desde la lejana tierra de Verona, y que pensó, como alguna vez dijo Gabriela Mistral, en la ingenua frase que dice, “todas íbamos a ser reinas”.
COMENTAR