McCartney da uno de los shows más memorables que han pasado por el país

Por Biut y Agencias

Ya no quedan dudas. Lo de 1993, arrastrado entre promociones de última hora y llamados de urgencia para llenar al estadio, hoy asoma como una de esas pesadillas que se quiere sepultar para siempre. Porque anoche, el retorno de Paul McCartney (68) a Santiago marcó un hito en una cartelera de shows cada vez más acostumbrada a invitados de alto calibre. Simplemente, reportó una cima casi inalcanzable: con un concierto de dos horas y media y 33 canciones, el ex Beatle ofreció uno de los espectáculos más cálidos, brillantes y emotivos de los últimos años, sólo comparable al de instancias históricas como el evento de Amnistía Internacional, en 1990, o las visitas de U2, de 1998 y 2006.

Todo coloreado por un Nacional con 53 mil personas y que se veía repleto en casi todas sus ubicaciones, como no se apreciaba desde hace muchos años. Como si la beatlemanía hubiera explotado hace apenas algunos días. De algún modo, eso fueron a buscar todos: el intenso placer de ver a un Beatle cantando a The Beatles.

Y en la épica entró de todo. Desde veinteañeros maravillados con la influencia oceánica del conjunto en los grupos más actuales -fueron los que hicieron fila hasta 12 horas antes de la cita-, hasta devotos crecidos en los días en que el cantante lucía melena y corbata. Jóvenes que casi ni nacían cuando el músico debutó en el país, con poleras, pancartas e imágenes de casi todas las eras de los Fab Four, hasta veteranos de actitud más moderada, pero no menos ansiosa. Todos, independiente de la edad, la ubicación, el look o las joyas que finalmente hicieron sonar o no, compartieron la sensación casi unánime que anoche recorrió Ñuñoa: los ojos llorosos, el nudo atorándose en la garganta, la emoción como dueño omnipresente de la jornada.

Y desde el primer golpe. El cantante llegó al recinto a las 15.50 horas, acompañado de su novia, Nancy Shevell, y se fue de inmediato a la prueba de sonido ofrecida por los paquetes más exclusivos (ver nota en página 40). Ya con el público en el reducto y tras la musicalización del DJ Chris Holmes, apareció en escena a las 21.02 horas, con un traje negro que descansaba en sus históricas botas sesenteras, bautizadas por la moda de la época precisamente como “Beatles boots”. Y si se quiere rastrear más historia, su traje tenía bordes azules en las solapas, casi en tributo al uniforme colorinche que decoró el disco Sgt. Pepper.

Tal como en Lima, Hello, Goodbye, composición amable parida en plena etapa lisérgica, fue el primer mazazo. Colores y figuras que asemejan arcoíris aparecen en las tres pantallas. Jet, una de sus creaciones más vigorosas en Wings, es el segundo en la lista. Pero el primer temblor de consideraciones en la memoria de casi todos los presentes vino al tercer tema: All my loving, himno de 1963, provocó derechamente lagrimones y arrebatos de histeria entre las primeras filas. Más aún con una serie de imágenes de la película A hard day’s night -con la banda en plan de desmadre y perseguida por una estampida de fanáticas- pasando por las tres pantallas.

Entre medio del primer set, el británico saluda en español -“Hola Chile, hola chiquillos”- y dice que intentará hablar en ese idioma durante gran parte de la cita, aunque le cueste. Su gesto evidencia otra de las marcas de la velada: su calidez para abordar al público. Su química con una hinchada que le aplaudió todo y que lo hizo ver incluso más desenvuelto -si es que un calificativo así vale para una leyenda- que en sus escalas en el continente durante 2010. ¿Ejemplos? Tras Sing the changes, el músico puso cara de histeria para responderle el grito a una seguidora de las primeras filas; luego de I’ve just seen a face, imitó a un jinete en pleno galope; entre Eleanor Rigby y Something, lanzó: “Ustedes son bacanes”, y a cada momento incitaba al público a responderle todas sus arengas. Eso sí, esta vez decidió no interpretar My love, tema dedicado a Linda McCartney que había incluido en casi la totalidad de su Up and Coming Tour.

El primer set también sirve para comprobar la calidad del actual cuarteto que lo acompaña, las impresionantes dimensiones de sus pantallas -de 18 por seis metros- y, con una parte importante de sus minutos centrado en el material más célebre de Wings y en creaciones de su proyecto The Fireman, funciona como una suerte de tregua para la segunda parte del evento. A partir de Something, con distintas imágenes de George Harrison recorriendo la escena, y Ob-la-di, Ob-la-da, con el público enfocado en las pantallas, el flujo de material Beatle es embriagador, salvo la sola excepción de Live and let die, coronado por pirotecnia y llamaradas desde el escenario. Mientras en Paperback writer aparece con la misma guitarra que grabó el tema en 1966, antes de Day Tripper se mueve por el escenario y flamea una bandera chilena.

Sobre el final y mientras interpreta Yesterday, la antepenúltima del listado, alguien desliza que tal momento es como ver a Pelé jugando fútbol. Un golazo gritado con el pulmón. Un show, y al menos una revancha, en la que el inglés ganó por goleada. Y en pocos minutos. Tras su concierto, partía de inmediato al sector de Aerocardal para emprender rumbo, en su avión privado, hacia Nueva York, por lo que sólo totalizaría 24 horas en Santiago. El 22 de mayo vuelve a la región para tocar en Río de Janeiro.

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