Hoy es el Día Internacional de la Niña y no podemos dejar de visibilizar la fecha porque si ser mujer es difícil en nuestra sociedad, ser niño lo es más. Desde esa lógica, ser niña y ser mujer es más difícil aún.
Es necesario abordar los problemas que acarrea el ser niña, aún en 2018:
En todo el mundo las niñas tienen obstáculos en su educación, formación e ingreso al mundo laboral. Tienen menos acceso a la tecnología, a la información, a internet. Una cuarta parte de las niñas del mundo no reciben educación o formación. Pero no es acá donde me quiero detener.
Quiero detenerme en todas esas niñas, que contraerán matrimonio con un adulto. En todas esas niñas que serán abusadas por un adulto en el nombre de una alianza natural, me quiero detener en esas 12 millones de niñas. Detenerme a mirar a esas 21 millones de niñas que quedarán embarazadas sin haberlo decidido. De solo imaginarlo da escalofríos.
¿Qué podemos hacer desde acá? Desde un lugar privilegiado, un país en vías de desarrollo.
Entender que la desigualdad de género comienza desde la infancia, las señales que van mermando el autoestima también. Desde la infancia comenzamos a forjar esa identidad cuidadora, contenedora, pasiva que se espera de nosotras. Esa misma que leemos todas las noches a nuestras niñas, vestidas de princesas.
Desde niñas aprendemos que no somos lo suficientemente inteligentes, bonitas o atractivas, porque las tapas de las revistas y la publicidad que nos bombardea desde temprana edad, nos intenta inculcar eso día a día. Necesitamos proteger a las niñas de este mensaje, educarlas, pero fundamentalmente dejar de creer en esto como adultas. Cada vez que cuestionas tu peso o tu apariencia, hay una niña que te mira en silencio y que hará lo mismo.
Necesitamos más superhéroes mujeres, necesitamos que se nombre a las mujeres que han cambiado el mundo, porque hay muchas anónimas. Necesitamos que las niñas griten más fuerte, que las niñas se enojen más, que las niñas trepen más arboles, jueguen más fútbol y, en el fondo, que hagan lo que verdaderamente quieren hacer. No lo que sus juguetes delimitan, lo que sus series infantiles muestran, lo que nosotras como madres hemos hecho con nuestro ser mujer. Necesitamos que ellas vayan más allá, rompan más esquemas y cuestionen más autoridades.
Fundamentalmente, las niñas necesitan dejar de ser inculcadas en ese amor romántico que las deja esperando nada con el corazón roto, hasta que viene otro a hacerse cargo de su problema. Las niñas son su propia hada madrina, sus propios ratones, su propio chofer y su propio príncipe.
Las niñas necesitan saber que la de al lado es amiga, no rival, que somos compañeras y que sin importar el color de la piel o el lugar dónde nacimos, nos une el mismo deseo y la misma lucha.
Dotar a las niñas de un detector de violencia incipiente, dar a las niñas de elegir según sus propias necesidades corporales, sus propios instintos, enseñarles a seguir sus entrañas y a acercarse a quien les parezca mejor, es darle decisión sobre el cuerpo.
Las niñas necesitan saber cómo funciona su cuerpo, necesitan tener educación al respecto y necesitan poder conocerlo a cabalidad para saber qué hacer con él y con quién. Las niñas necesitan saber que tener un hijo no es el único fin de su existencia y que la maternidad es una opción para las que así lo decidan.
Las niñas necesitan saber que la de al lado es amiga, no rival, que somos compañeras y que sin importar el color de la piel o el lugar dónde nacimos, nos une el mismo deseo y la misma lucha. Las niñas necesitan tener más amigas niñas y rodearse de ellas para cuando todas ellas de la mano, devengan mujeres.
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