Conversaba con un cliente hace unos días y le pedí describir su apetito. Ella pensó por un minuto y luego me dijo “no podría decir realmente que me da hambre”. Comía frecuentemente a lo largo del día (quizás, demasiado frecuentemente), siguiendo un horario bien rígido. Entonces, ella confiaba en el reloj – no en su hambre – para determinar el momento de comer. Cuando le pregunté cómo reconocía que había comido suficiente -es decir, que era el momento de detenerse – ella quedó perpleja. “No tengo ni idea”, confesó. “La verdad es que nunca he pensado en eso”.
Cuando hago este tipo de preguntas, lo que espero como respuesta es que se come cuando se siente hambre y se deja de comer cuando se siente satisfecho – no “lleno” – y el hambre ha desaparecido. Por el contrario, cuando mis pacientes me dicen que nunca sienten hambre o que su señal para dejar de comer es que ya no hay más comida en el plato, eso significa que el cuerpo les habla pero ellos no lo escuchan.
Nuestros cuerpos envían señales claras e inconfundibles cuando necesita ser atendidos. Sabemos lo que significa que la boca esté seca, los párpados pesados o la vejiga llena. Aun cuando somos capaces de ignorar esas señales por un tiempo, más temprano que tarde decidiremos tomar algo, dormir un poco o ir al baño.
Si pensamos en el hambre y el estar “llenos” de la misma manera – señales claras de nuestro cuerpo para indicar el momento de comer o dejar de hacerlo – podremos ayudarnos a regular la cantidad de comida que ingerimos. Para ser justos, no todos sienten el hambre de la misma manera, la mayoría siente un pequeño estruendo en el estómago, pero también hay quienes se sienten un poco mareados o les cuesta pensar cuando sus niveles de azúcar decaen entre comidas. Sin embargo, estas son señales muy claras que envía nuestro organismo, nuestro cuerpo nos está indicando que estamos bajos de combustible. Entonces, cuando nuestro estómago comienza a llenarse, se envían impulsos nerviosos al cerebro informándole que estamos satisfechos y que es apropiado dejar de comer.
Cuando estamos sedientos, generalmente bebemos, no en exceso, pero sí hasta que el cuerpo nos indica que ya no tiene más sed. En cambio, cuando comemos, ¿realmente dejamos de hacerlo cuando ya no sentimos más hambre? ¿O nos detenemos cuando ya no nos cabe un bocado más, o cuando el plato está vacío?
Aprender a reconocer las señales naturales de nuestro cuerpo acerca del hambre y la satisfacción – y responderlas apropiadamente – son habilidades que vale la pena practicar. Intentemos mantener un diario de alimentación durante un par de días. Cada vez que comemos, califiquemos el hambre en una escala de 1 a 10 (en la que 1 significa que nos sentimos débiles y con mucha hambre, en cambio 10 indica que estamos “llenos” y casi con ganas de vomitar), ambos ejercicios antes de comenzar y luego de finalizar la ingesta. Idealmente, debemos comenzar a comer cuando el hambre alcanza los niveles 3 o 4 – el estómago ruge un poco y nos sentimos listos para comer – y debemos parar cuando alcanzamos los niveles 5 o 6, lo que significa que estamos satisfechos y placenteramente llenos.
Es sorprendente cómo este pequeño ejercicio puede ayudar a reconectarnos con nuestro cuerpo. Cuando el cuerpo comienza a avisarnos que necesita combustible, no debemos ignorar las señales. Si nuestro hábito usual es permitirnos llegar a estar muy hambrientos (1 o 2 en la escala del hambre), es probable que lleguemos a “sobrecomer” (alcanzando los niveles 9 o 10). Entrenémonos para comer sólo lo necesario para sentirnos cómodos, satisfechos y sin hambre, no hasta que estemos repletos de comida.
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