Crítica de cine: Estrenos

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Pitufos del mundo, unios

(Crítica por Gonzalo Maza)

Ya son legendarias las interpretaciones marxistas que se han hecho de Los Pitufos, tira cómica belga inventada en 1958 por Pierre Culliford, Peyo. Los pequeños personajes azules que viven en casas en forma de callampas en el bosque vendrían a ser una utopía comunista, en cuanto es una sociedad igualitaria, sin clases ni propiedad privada, en la que cantan siempre el mismo himno y usan uniforme. Hay quienes apuntan al parecido físico de Papá Pitufo con Marx y el de Pitufo Filósofo con Trotsky, y a que el ávaro Gargamel, vestido como monje, resume un discurso anticapitalista y ateo en un mismo personaje.

Esta versión en animación digital capitaneada por Raja Gosnell (Scooby Doo, Chihuahua de Beverly Hills) no se queda en la aldea pitufa, sino que lleva a seis de sus personajes a Manhattan, donde ayudarán al jefe de marketing de una empresa de cosméticos a inventar una campaña publicitaria, un abismal signo de los tiempos. Los que viajan son Tontín, Valiente, Filósofo, Enojón, Papá Pitufo y Pitufina. Pitufo Genio, que todo lo arregla con un serrucho y un martillo y es el ideal de la clase trabajadora, brilla por su ausencia. Era que no: con Los Pitufos 3D se termina de caer el muro de Berlín. Por cierto, la película parte bien, pero rápidamente se repite y en la segunda mitad se hace pesada para cualquier padre de familia capitalista con la mejor paciencia.

Los Pitufos 3D
Dir: Raja Gosnell. Con Hank Azaria, Neil Patrick Harris, Sofia Vergara. 103 minutos. Comedia. EE.UU., 2011. TE.

Niños esperando un tren

(Crítica por Alejandro Alaluf)

Año 1979, Ohio. Joey es un chico de 13 años que ha perdido a su madre. Pero es su padre, el sheriff de la localidad, el que al parecer más sufre al respecto. Algunos meses después, Joey y un grupo de amigos van de noche a una vieja estación de trenes a filmar una película casera de zombies con una cámara Super 8. De repente, una camioneta aparece en una loca carrera que termina con ella estrellándose de frente contra un tren, lo que desencadena uno de los accidentes más espectaculares -y exagerados- de los últimos años. Los chicos, testigos del hecho, logran escapar antes de que lleguen los militares, no sin antes descubrir que el conductor de la camioneta era su profesor de biología y que el sitio del accidente está lleno de extraños cubos blancos.

Que en los créditos de la película figuren con el mismo tamaño su guionista y director, J.J. Abrams (Star Trek, Lost) y su productor, Steven Spielberg, no es casualidad. Porque si bien la película es de completa autoría de Abrams, probablemente ésta sea una de las cintas más spielbergianas que se han realizado no teniendo al realizador de Jurassic Park como director. Desde la camaradería infantil al misterio del alienígena perdido, por ejemplo, la cantidad de guiños denotan que Abrams ha sido el alumno más aventajado de su generación en recrear de manera correcta los códigos del blockbuster emotivo,  donde Spielberg es rey.

En ese sentido, la película funciona como una entretenida amalgama de cintas de despertar adolescente, como Los goonies o la soberbia Cuenta conmigo, con clásicos de la ciencia ficción contemporánea como Encuentros cercanos y la misma E.T.

Lo interesante es que la película transita en ambos carriles con fluidez, aunque sí cabría acentuar que la línea del guión que se centra en los chicos y cómo se relacionan entre ellos junto a sus familias, funciona mucho mejor y tiene muchísimo más corazón que la historia paralela del extraterrestre, que denota la experiencia televisiva del director. Pero son detalles menores.

Porque la sensación final es de bienestar. Super 8 es todo lo que se llama una “feel-good movie”. Más allá de que la película no sea del todo perfecta ni mucho menos una revolución fílmica, la experiencia es sumamente gratificante y rica gracias a una buena dosis de nostalgia, misterio, camaradería (y un sólido elenco pre adolescente) y esas claves de ciencia ficción cinéfilas con las que crecimos. Las mismas con las que de seguro también se crió J.J. Abrams.

Super 8
Dir.: J. J. Abrams. Con: Joel Courtney, Elle Fanning, Kyle Chandler, Ron Eldard, Ryley Griffiths, Zach Mills, Gabriel Basso, Ryan Lee, Noah Emmerich. Duración: 112 minutos.Género: Ciencia ficción. Producción: EE.UU., 2011. Calificación: Todo espectador.

Presente y pasado en Recoleta

(Crítica por Pablo Marín)

Niles Atallah es un joven director con experiencia en documentales, video arte y clips.  Lucía, su ópera prima, se ambienta en una vieja casa de Recoleta donde la joven costurera homónima (Gabriela Aguilera)  vive junto a su padre (Gregory Cohen), un señor de quien se sugiere un pasado militante y se explicita un presente vegetativo frente al televisor. Ambientada a fines de 2006, la muerte de Augusto Pinochet da contexto a un mundo que parecería congelado en el tiempo de no ser por esta contingencia y por el sensible esfuerzo de la puesta en escena para evidenciar la intervención inmobiliaria en un barrio tradicional.

El pasado dictatorial y un presente donde la memoria puja por hacerse sentir, se dan cita en una de las escenas más logradas de una cinta por otra parte reposada y cansina, que sin carecer de un hilo narrativo tiende a disolverlo en beneficio de una política contemplativa, donde el nervio emotivo aflora tímidamente. Tienta establecer el parentesco entre esta propuesta y la de José Luis Torres Leiva (El cielo, la tierra y la lluvia), quien oficia de co-productor y asistente de dirección. Pero el asunto no se agota en las filiaciones: entre la levedad cotidiana y la pesadez de existir, asoma un Chile tan extraño como familiar. Un espacio donde los personajes contienen su aliento vital y donde el ayer tiene formas perversas de hacer invitar.

Lucía
Dir: Niles Atallah. Con Gabriela Aguilera, Gregory Cohen. 80 minutos.Drama. Chile, 2010. TE.

Un muñeco en apuros

(Crítica por Daniel Vilallobos)

Incapaz de recuperarse de una depresión, el empresario y padre de familia Walter Black intenta suicidarse. En ese momento, un títere de castor que recogió de la basura se vuelve suextraño alter ego. Walter usa el títere para comunicarse con el resto del mundo (su familia, sus empleados) e informarles que el muñeco será su contacto con el exterior hasta que el “tratamiento” finalice.

El nuevo filme de Jodie Foster -que no dirigía nada desde Feriados en familia en 1995- es una curiosa fábula sobre los límites de la terapia y las sombras de la autoayuda. Walter logra recuperar su familia y el respeto de su empresa gracias al monigote. Pero lo consigue a través de un comportamiento extraño e infantil, que le vuelve una especie de gurú mediático a lo Forrest Gump.

El títere funciona como puente hacia los demás, pero también como un escudo. En cierto sentido, es un canal de comunicación de una sola vía y ese es el problema que pone en alerta a la mujer de Walter.

Mi otro yo es una clase de película muy poco común en estos días. Tiene el aire despeinado, personal e irregular de esas cintas que florecieron en la fiebre del cine “independiente” de los ’90. Lo que quiere decir que es tan atractiva como agotadora y que sus méritos (su frescura, su tono, su ligereza) son inseparables de sus errores, incluyendo un final “catártico” que nadie necesitaba. Aún así, es uno de los estrenos más valiosos de la temporada.

Mi Otro Yo
Dir: Jodie Foster
Con  Mel Gibson, Jodie Foster. 91 minutos. Drama. EE.UU., 2011. Mayores de 14

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