Cuando el amor engorda

Por Biut y Agencias

Vida de a dos. La comida tiene un lugar de privilegio en todos los idilios amorosos, pero también puede ser un arma de doble filo en la historia a largo plazo de una pareja. Una cintura aumentada a veces esconde serias crisis que la saciedad mantiene a raya. El consejo es atender las señales. En ocasiones el cuerpo dice lo que no somos capaces de verbalizar.

Es cierto, Beatriz (nombre ficticio) nunca fue delgada. Su peso fluctuó siempre entre los 65 y los 68 kilos, lo que estaba relativamente bien para su metro 67 de estatura. Ella se había acostumbrado a vivir con esos kilos y, en realidad, la balanza nunca había sido un tema en su vida. Hasta que se enamoró por primera vez y, tras casi 10 meses de idilio, enfrentó su primera decepción. La pena le hizo perder en cuestión de semanas muchos kilos. Tantos, que le cambió el rostro: sus ojos se agrandaron y su cuello se hundió. Transcurrió algo más de un año, las heridas fueron sanando y llegó de nuevo el amor. Pronto recuperó su peso y fue feliz por un largo período. Sin embargo, después de cinco años y medio de convivencia con su pareja se dio cuenta de algo que había querido ignorar. No había pantalón que le entrara, ni blusa que le disimulara los casi 10 kilos que se había echado encima.

La obesidad, sin embargo, no era su principal problema. Su relación se estaba yendo a pique. “Hacía mucho tiempo que no teníamos intimidad. Primero, el sexo empezó a ser algo que ocurría con suerte cada tres meses. Después, simplemente desapareció de nuestra historia. No tengo claro el orden: si él perdió el interés en mí y yo empecé a engordar, o al revés. Todavía no lo veo con mucha claridad”, reflexiona Beatriz, quien dice encontrarse en etapa de reconstrucción. “No sólo física, sino también emocional. Todo esto ha dejado muy mal mi autoestima. No sé qué puede pasar ahora si rehago mi vida. Algo me dice que tengo que esperar”.

Más allá de los matices que pueda haber en su historia personal, el relato de Beatriz evidencia el estrecho y muchas veces subestimado vínculo entre una relación amorosa y el peso corporal. “Querámoslo o no, el mundo de la pareja está ligado a la comida desde sus inicios. Lo primero que hace una persona en plan de seducción es invitar al otro a comer. Luego regala chocolates, el obsequio perfecto para el día de los enamorados. La tradición oral repite y repite eso de que ‘los hombres se conquistan por el estómago’”, sostiene Viviana Assadi, sicóloga del Centro de Tratamiento de la Obesidad de la Universidad Católica y coautora del libro Sin Rollos.

En esa misma lógica, culturalmente se asume también que la ‘ponchera’ en el hombre y la progresiva pérdida de curvas en la mujer son ‘activos’ propios de la convivencia. Sin embargo, el perímetro aumentado de una cintura en hombres y mujeres puede esconder desajustes emocionales ignorados en sí mismos, porque lo que se tiende a atacar es lo concreto y visible: los gramos de más. “El peso de una pareja nos habla mucho también de sus problemas. Si uno ve fotos de un hombre y una mujer a lo largo del tiempo, puede interpretar qué les ha ido pasando: idilio, hijos, talvez rutina y después hastío. El cuerpo dice lo que la persona a veces no puede verbalizar. Y habría que escucharlo. Hay un link muy directo entre los rollos reales (grasa alrededor de la cintura) y los de la cabeza”, plantea Vanessa Yankovic, sicóloga experta en trastornos alimentarios.

100% CONTAGIOSO
Volvamos atrás. A ese período en el que está activo el sistema de conquista. Cuando encontramos a ‘la persona’ se dispara la señal de alarma y nuestro organismo entra en una verdadera ebullición. A través del sistema nervioso el hipotálamo envía mensajes a las diferentes glándulas del cuerpo. Los efectos, ampliamente estudiados, se hacen notar: el corazón late más rápido, la presión arterial sube, se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular y se generan más glóbulos rojos para mejorar el transporte de oxígeno por el torrente sanguíneo. “Somos animales en celo buscando pareja, y tanto hombres como mujeres se preocupan mucho más de cómo se ven”, describe Yankovic.

En ese estado el cuerpo segrega adrenalina y ésta suprime el apetito. Es el lapso en que el amor, además de otros milagros, consigue adelgazarnos. Pero es un tiempo breve. Cuando la relación se estabiliza nos relajamos, y si hubo kilos perdidos, éstos reaparecen implacablemente, entre otras razones porque el cerebro empieza a segregar ahora oxitocina, sustancia que propicia hábitos afectivos que fortalecen el vínculo. Pues bien, el rey de estos hábitos es, precisamente, la comida.

Brian Wansink, director del Laboratorio de Alimentos y Marcas de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, demostró en su libro Mindless Eating:Why we Eat More than we Think (Comer de Forma Irreflexiva: Por qué Comemos Más de lo que Pensamos) que cuando se come acompañado siempre se ingiere un 35% más de lo habitual. Un dato que confirma la mexicana Rocío Medina, fundadora y actual presidenta del Colegio de Médicos Cirujanos y Profesionales en Nutriología y Obesidad en Monterrey, y miembro del consejo consultor en nutrición de Herbalife: “Definitivamente, cuando se come en confianza se ingiere más cantidad. Nuestro sistema neuroendocrino, que tiene que ver con las emociones, la fisiología, la vista y el placer se activa y quieres comer más.

Probablemente pasa lo mismo con una pareja”. En opinión de la especialista el peso es contagioso 100%. “Y es imposible que no agarres el ritmo de una pareja que influye sobre ti y que está acostumbrada a comer altas cantidades de grasas y azúcares. Te empiezas a mimetizar con tu pareja para complacerla”, asegura.

Resultado: no sólo se recuperan los gramos perdidos en la conquista, sino que se agregan otros que nunca estuvieron considerados.De este fenómeno da cuenta un estudio de la Universidad de Carolina del Norte,enEstados Unidos, que demostró que las mujeres emparejadas engordan más que las solteras y que esa ganancia de peso es mayor en las mujeres que conviven con su pareja. Éstas, dice el informe, suelen ganar en promedio un kilo y medio, mientras las casadas se pueden echar encima hasta cuatro kilos. “Una vez que tienes una pareja que te dice que te ama sin importar cómo estés, viene un estado de confort que te hace cambiar hábitos. La comida tiene un componente muy importante de placer, pero tiene que manejarse con cierta lógica y congruencia. Tienes que saber hasta dónde tu cuerpo puede tolerar y en qué punto detenerte”, advierte Medina.

EL CUERPO QUIERE HABLAR
Como sea, aparece un momento en que la curva de nuestras largas horas frente al espejo desciende drásticamente. En algunos casos llega el matrimonio y se prepara inconscientemente la llegada de los hijos. “Algunas mujeres dejan que aumente un poco su peso. También se ponen superobsesivas con la casa, empiezan a preparar el nido con el cuerpo y el entorno, y creo que a los hombres les pasa lo mismo con la ponchera”, dice Yankovic.

Hasta aquí todo forma parte del romance y de su natural consolidación, y en muchos casos se asume la ganancia de un par de kilos como resultado de la estabilidad emocional. Lo extraordinario ocurre cuando el peso se dispara sin control. “En ese momento la obesidad se convierte en un escudo para protegerse contra muchas cosas. Evita, por ejemplo, ser vista como un objeto sexual”, aventura la especialista. Razones para este comportamiento, en su opinión, hay millones. Y ejemplifica: “Si una pareja se está llevando mal, él no la pesca o le ha sido infiel, ella se empieza a deprimir, le da miedo separarse, porque no es tan chora como para agarrar sus cosas y mandarse a cambiar. Otra interpretación es que la mujer ya no tenga deseo por su pareja y éste la busque mucho, cosa que es muy frecuente. También lo es la baja en el deseo sexual del hombre, un tema muy poco hablado. En esos casos la mujer siente que no es atractiva y se concentra en ser sólo mamá, dejando la femineidad de lado”. La especialista aclara que en todos estos ejemplos la obesidad funciona como un blindaje rabioso.

Así, el problema siempre está depositado en el cuerpo.“Es difícil conseguir que las personas se den cuenta de que se están poniendo un escudo arriba del cuerpo. Con la comida se suplen frustraciones. En ella buscas algo dulce o rico, cuando en realidad lo rico y lo dulce te hace falta en la vida”.

“¿Necesito sexo y no lo obtengo? –continúa– entonces como. En el cuerpo aparecen las frustraciones que no son expresadas verbalmente en la relación de pareja”. Una visión que comparte Viviana Assadi, quien en su libro Sin Rollos, lo que la Mente le hace al Cuerpo y Viceversa explica cómo la comida en una pareja puede convertirse en un arma de doble filo: “Con el estómago lleno se produce un fenómeno que los sicólogos conocen como ‘off emocional’: la persona queda como anestesiada y no se conecta con sus emociones. Por lo tanto, una vez que la ansiedad se ha calmado gracias a un enorme plato de tallarines con salsa boloñesa, la posibilidad de una comunicación profunda y reparadora con la pareja se ve truncada. Todo parece estar momentáneamente en orden, entonces se crea un espejismo que hace pensar en que no hay nada grave de qué hablar”. Para la autora, eso es ‘acomodarse’ en la gordura. “Estar con sobrepeso se convierte inconscientemente en una manera de simplificar el conflicto; de hacerlo más abordable. Estando gorda, me concentro en eso, me echo la culpa y no corro el riesgo de entrar en zonas conflictivas”.

¿Cuáles son las señales, además de aquella concreta e indesmentible que da la balanza? La respuesta apunta básicamente al autocuestionamiento. “Cuando una persona empieza a tener estados de ánimo inestables o a sentirse incómoda con su apariencia tiene que detenerse a pensar. No entiendo por qué algunas tardan tanto en reconocer las señales de alarma: esperan 30kilos o seis años de una mala relación para saber que no va a funcionar. Nuestra ropa también habla:¿porqué cuando una persona se siente apretada en la talla 40 se compra la 42? Debería preguntarse cuál es el problema y porqué está comiendo de manera compulsiva”, opina Rocío Medina.

Por último, una recomendación: no cerrarse a la posibilidad de verse bien, independientemente de la pareja que esté acompañando nuestros días. “Es muy característico de algunas mujeres eso de que ya nada importa una vez que se tienen marido e hijos. Ellas no se imaginan que la vida puede rearmarse. En eso nosotras pecamos mucho más que los hombres. Cerramos la puerta y no pensamos que nos podemos enamorar nuevamente, que la vida nos puede entregar millones de sorpresas. Esa es una característica bien femenina: manejar sólo un escenario”, opina Yankovic. Su consejo es plantearnos esas preguntas, aun cuando no queramos. De otro modo estaremos guardando esas inquietudes en otro lugar. Talvez, en la grasa que nos hace temerle tanto a la balanza.

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