Aunque desde hace más de 400 años el calendario marca a enero como el mes en que se inicia el año, hubo una época en que los romanos consideraban que en realidad el año partía en marzo, fecha en que su rutina diaria y sus metas se renovaban. Los romanos no se equivocaban, porque por estos días enero parece una versión light de un “año nuevo” ante el poder de marzo, un mes en que el clima cambia y las personas viven un cambio abrupto desde los relajados días de playa y sol a una rutina marcada por largas horas de oficina y una verdadera guerra de trincheras por lograr que los hijos vuelvan a la secuencia acostarse temprano/levantarse temprano.
Es en esa desesperación por cumplir con todos los compromisos y obligaciones de “vida real” que la gente suele cometer varios errores. Entrar de inmediato con toda la energía en el reinicio del trabajo e imponer a los hijos normas dignas de un regimiento militar desde el primer lunes son, según los especialistas, conductas que sólo terminan por hacer aún más duro un mes ya marcado por un fuerte estrés económico y sicológico. Después de todo, en una situación de tensión el cuerpo se prepara fisiológicamente para huir de la amenaza o luchar contra ella, elevando la producción de adrenalina, hormona que eleva la frecuencia cardíaca y el ritmo respiratorio
Y eso se ve acentuado, como dice a La Tercera Jessica de Bloom, sicóloga laboral de la U. de Radboud (Holanda) y autora de varios estudios sobre vacaciones, por la pérdida de autonomía que genera una ansiedad por hacerlo todo en marzo: “El descanso duradero es la sensación de estar en control. En las vacaciones somos libres para decir qué hacer, pero en la rutina normal dependemos de las decisiones de otros y nuestro trabajo es el que determina nuestro quehacer”.
En la práctica, esto se refleja claramente en los resultados de una encuesta realizada en 2007 por la U. de Talca en la que el 66% de los entrevistados señala a marzo como el mes más estresante.
1. Creer que puede trabajar al cien por ciento
Si usted cree que la energía que se siente en verano se debe solo a los paseos por la playa y a los encuentros con amigos, se equivoca. Su ánimo está determinado por una baja en la melatonina, es decir, por una caída en la hormona que provoca aletargamiento y sueño.
Su producción depende de las señales de luz que recibe el cerebro a través de los ojos: en el verano, la alta luminosidad hace que los niveles de melatonina decaigan y suba la serotonina, neurotransmisor apodado la “droga del bienestar”.
Es este proceso el que recarga al cuerpo y convence a mucha gente de que puede volver a trabajar con toda la energía desde el primer minuto. Sin embargo, indica De Bloom, el panorama posvacaciones en una oficina es muy distinto al relajo del verano, ya que se está sometido a un panorama repleto de proyectos pendientes.
Así lo muestra una encuesta hecha por la consultora Randstad en España y que indica que el 45,4% de los trabajadores tarda al menos una semana en volver a su productividad normal. El sondeo añade que las personas entre 30 y 44 años son los que más sufren este problema, pues tienden a enfrentar más carga de trabajo y más responsabilidad ante un posible pérdida de un empleo, ya que junto al trabajo se une la carga familiar.
Daniel Freedman, analista de The Soufan Group, afirma en una columna de Forbes que esto debe a un fenómeno similar al que hace que los niños pierdan un mes de conocimiento escolar en el verano: “Cualquier vacación en que la mente se apaga genera distracción y olvido”. Horacio Bolaños, director de la división de capital humano de Managers en Argentina, indica a La Tercera que la manera de enfrentar el regreso al trabajo es “hacer una lista de prioridades con el clásico ABC y encararlas en ese orden”.
2. Imponer una férrea disciplina desde el primer día de colegio
Para los niños y jóvenes en edad escolar, marzo es igual a levantarse temprano, tareas y menos tiempo de ocio. Un escenario que suele generar conflicto, sobre todo cuando se trata de los hábitos de sueño. El desafío es lograr que se vayan a la cama antes de las 23.00 horas, para que logren dormir al menos 9 a 11 horas. “Es importante darles a los estudiantes entre 10 y 14 días para reajustarse. Para ser efectivo, debe ser un proceso gradual”, indica Gary Trock, neurólogo infantil de los Hospitales Beaumont (EE.UU.). Según el especialista algunos trucos son evitar cualquier ejercicio riguroso al menos seis horas antes de irse a dormir y no dejarlos que duerman en exceso en los primeros fines de semana de marzo: “Eso atenta contra todo intento de restablecer su reloj biológico, alterando su desempeño y capacidad de atención”.
Si se trata de reducir el tiempo que pasaban en verano viendo televisión, usando videojuegos o navegando en la web por entretención, lo ideal es hacerlo progresivamente y no de golpe, ya que los menores no reaccionan bien ante situaciones imprevistas. Según Jane Bowen, investigadora y experta en bienestar infantil de la organización científica australiana Csiro, lo ideal es reducir el tiempo frente a la pantalla en 20 minutos cada día.
Terri Sisson, miembro de la Asociación Nacional de Sicólogos Educacionales de EE.UU., señala que volver a la escuela implica una planificación acorde a cada niño. Para sacudirlos del verano “es importante que sepan cuánto tiempo le toma a cada uno adaptarse a un horario diferente”.
3. Intentar tomar grandes decisiones
¿Me cambio de trabajo? ¿Pido un préstamo? Solemos aplazar importantes decisiones para después de las vacaciones, pero esto puede ser un gran error. Aunque usted no lo sepa, sus decisiones en esta época están influidas por una marcada impulsividad que atenta contra cualquier resolución trascendente.
Esta impulsividad se relaciona con que a partir de ahora usted hará una serie de cambios en su dieta que disminuirán sus niveles de serotonina en el cerebro, de acuerdo con un estudio de la U. de Cambridge (Reino Unido) en 2008. Porque este neurotransmisor es clave en el sistema nervioso central al inhibir el enojo y la impulsividad, y su ausencia se debe, entre otros factores como la falta de luz, a una mala alimentación.
Evelyn Muñoz, nutricionista de la U. Andrés Bello, indica que los niveles óptimos de serotonina se consiguen mediante alimentos que tienen el aminoácido triptófano. Algunos de los impulsores del triptófano son, por ejemplo, las legumbres, las frutas y el pescado que se consumen más en verano. “En vacaciones se conjugan dos factores que mejoran la alimentación: calidad y el horario. Las comidas se extienden por más de 30 minutos y lo hacemos hasta cuatro veces al día”, dice Muñoz. Pero esto cambia radicalmente en marzo, cuando se abandona el desayuno, crece el consumo de comida rápida y de snacks en la oficina. Un círculo vicioso que produce menos serotonina, más irritabilidad y, por consiguiente, decisiones más apresuradas.
4. Asumir que los problemas se arreglaron en las vacaciones
Las vacaciones suelen ser un aliciente para mejorar las relaciones familiares, ya que opera una convivencia de 24 horas que genera una “alianza anormal” con relación al resto del año. Así, por ejemplo, lo muestra una encuesta de la agencia de viajes inglesa Kuoni, que indica que menos de la mitad de las personas (42%) se va a vivir con su pareja tras acordar ese paso en vacaciones y sólo el 33% mejora efectivamente el balance trabajo/vida personal que se propusieron en verano.
El problema, dicen los expertos, es que esta “alianza anormal” desaparece igual que el verano. “En vacaciones hay un relajo respecto de la rutina, lo que lleva a las personas a desconectarse de las presiones cotidianas y genera una suerte de ilusión de que los problemas desaparecieron, lo cual es falso. Si el problema no se aborda el conflicto continúa ahí, latente, y en cualquier momento puede surgir y con mayor fuerza incluso cuando la rutina vuelve a causar presiones y estrés”, afirma Jorge Rosende, sicólogo clínico de la U. Central.
5. Creer que se puede hacer todo
Durante períodos de descanso, la sensación de anticipación sobre lo que vendrá el resto del año suele marcar los últimos días de vacaciones y los primeros días de regreso al trabajo. Uno de los culpables de estas altas expectativas es la dopamina, un neurotransmisor ligado al bienestar que produce una recompensa.
El hecho de que marzo sea, en la práctica el primer mes del año, hace que se generen altas expectativas en términos laborales e incluso familiares. Pero según los expertos, lo más indicado es considerar a marzo como un mes de adaptación, ya que imponerse muchas metas puede llevar a enfrentar fuertes frustraciones.
Así lo revela estudios realizados en monos por científicos de la U. de Cambridge, quienes descubrieron que cuando hay altas expectativas en torno a una recompensa -como sería un aumento de sueldo para un humano- los niveles de dopamina se disparan. No obstante, cuando no se concreta, el neurotransmisor cae dramáticamente, generando decaimiento. Christopher Fiorillo, coautor del reporte, explica que cualquier período de vacaciones genera expectativas del estilo “voy a conseguir un mejor puesto” o “las relaciones familiares serán perfectas” o “me mantendré en el gimnasio por un año”.
La clave para enfrentar esto, dice Fiorillo en su estudio, es enfocarse en metas abarcables y realistas que eviten que la dopamina genere un efecto de montaña rusa. Un ejemplo de este efecto es lo que ocurre con la actividad física: según datos de los gimnasios Energy, las incorporaciones suben hasta 30% en marzo, pero según análisis del doctor estadounidense Donald E. Wetmore, el 90% de los que se unen a estos establecimientos los abandonan a los 90 días. ¿La razón? Sobreestimar la cantidad de veces en que harán el esfuerzo de ir al recinto.
6. Alejarse de los amigos
Entre la presión de los miles de compromisos y el reajuste del ritmo del año es normal reaccionar restringiendo la agenda social, de hecho, diferentes investigaciones han revelado que aislarse socialmente es una de las consecuencias más comunes al estrés. Sin embargo, dejar de lado a los amigos puede ser un gran error.
Estudios realizados en los últimos años demuestran que tener amigos y compartir con ellos es una de las actividades más saludables y desestresantes. Un ejemplo es el trabajo de John Cacioppo, neurocientífico de la U. de Chicago, que ha revelado que aislarse socialmente eleva el cortisol, hormona ligada a la tensión.
Un caso particular se da en las mujeres, ya que compartir con amigos(as) genera mayores niveles de progesterona, relacionada con el apego y una reducción de la ansiedad y el estrés. Considerando que este compuesto también está presente en los hombres, aunque en cantidades menores, Stephanie Brown -autora del reporte de la U. de Michigan- indica que esta relación entre mecanismos biológicos y conducta “nos ayuda a entender por qué la gente que tiene relaciones cercanas es más feliz y saludable”.
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