Hace exactamente un año, el 31 de diciembre de 2009, Efraín Barraza, más conocido como el Mago Yin, anunciaba que en 2010 Chile iba a ser azotado por un gran terremoto y un tsunami, con características similares al ocurrido en 1960. A primera vista, pareciera que los hechos le dieron la razón. Sin embargo, un estudio publicado por científicos chilenos en marzo de 2009 ya advertía que en la zona de Constitución y Concepción se podía producir “un terremoto muy grande”, debido a la falta de actividad desde el gran terremoto de 1935.
Además, las otras predicciones del clarividente no se cumplieron: Barack Obama no sufrió un atentado, Benedicto XVI no abandonó la silla de San Pedro y la final del Mundial de Sudáfrica no la disputaron Alemania y Brasil. ¿Por qué, entonces, pese a que año tras año tenemos evidencia de que estos anuncios no se cumplen, las predicciones siguen siendo tan seductoras y las personas siguen necesitando de ellas?
Desde hace algunos años, la ciencia ha intentado explicar este fenómeno. Una de las respuestas más contundentes la da el llamado “efecto Forer” o efecto de validación personal. Este se basa en un experimento realizado por el sicólogo de la Ucla, Bertram Forer, quien en 1948 pasó un test de personalidad a sus alumnos. Después de un tiempo, y basándose en los resultados del test, volvió con un perfil personal de cada uno de ellos donde describía su personalidad, forma de ser, su moral, etc. Todos afirmaron que el análisis se ajustaba a sus propias características, sin embargo, luego se enteraron de que todos habían recibido el mismo texto. El investigador demostró así cómo el ser humano se identifica fácilmente con descripciones y predicciones ambiguas, vagas e imprecisas cuando creen que son hechas solo para ellos y si estas se ajustan a sus deseos. Esto, porque buscan validarse a sí mismos en esos pronósticos.
Para Sandra Oltra, sicóloga de la Clínica Alemana esto explicaría por qué algunas personas realizan verdaderas peregrinaciones de un oráculo a otro. “La mayoría de la gente se queda con aquellas predicciones que pronostican lo que ellas buscan conseguir en el año que comienza”. Esto también lleva a las personas a hacer interpretaciones selectivas sobre lo que el tarotista u otro adivino pronostica.
Otro factor que empuja a las personas hacia las predicciones y supersticiones es la necesidad de control. “Cuando las personas tienen menos control sobre sus vidas, son más propensas a tratar de recuperarlo asociando de manera errónea sucesos inconexos”, explica Adam Galinsky, sicólogo de la U. de Northwester. Por ejemplo, si a una persona la asaltan, la persona inmediatamente asocia eso a una predicción tan general como “este año será difícil para ti”. Es como decirse así misma, “yo sabía que iba a pasar”. Lo mismo cuando el pronóstico fue positivo. Y aunque se crea en algo irracional, el cerebro lo que busca es contar con algunas certezas frente a un futuro desconocido.
Según Lister Rosell, siquiatra de la Clínica Las Condes, esta incertidumbre estimula la amígdala cerebral, que enciende los mecanismos de alerta del organismo. Además, se activa la corteza prefrontal, área del cerebro que explora y evalúa las diversas opciones que se pueden presentar en el futuro.
Según Miriam Pardo, sicóloga y académica de la U. Andrés Bello, las personas que tienen dificultad para manejar la incertidumbre serían más propensas a recurrir a oráculos y establecer asociaciones que no se condicen con la realidad.
En este sentido, las personas no solo buscan saber las cosas buenas que trae para ellas el nuevo año, sino también las malas. “Estas predicciones les permiten adelantarse y agendar lo que va a suceder”, dice Oltra, quien explica que esto se fundamenta en la ilusión que las personas tienen de poder controlar su futuro, amenazado constantemente por variables externas que se encuentran fuera de su control.
Finalmente, también está presente el efecto sorpresa. “Las personas esperan que la vida las sorprenda con cosas positivas que rompan su cotidianidad”, dice Oltra. Esto haría a las personas sentirse atraídas por pronósticos imprecisos para el nuevo ciclo como la aparición de una nueva persona en sus vidas o la apertura de nuevos rumbos laborales.
Esta expectativa de que estos eventos positivos pasarán generaría mayor felicidad que la ocurrencia mismo del evento anunciado. Así lo descubrieron investigadores de la Universidad de Nueva York, quienes bautizaron este fenómeno como “error de predicción afectiva”.
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