A los 10 años, las niñas quieren a sus amigas, las abrazan y las llaman todos los días para saber cómo están. Los niños hacen lo mismo con sus amigos. A los 13, las niñas le dicen a sus amigas cuán importantes son para ellas y prometen nunca defraudarlas, exactamente lo que hacen ellos con sus amigos a la misma edad. Sin embargo, a los 15 años todo cambia. Ahí está el punto, según una nueva investigación estadounidense, en que la amistad con las personas del mismo sexo cambia radicalmente para los hombres y hace que su autora, la especialista Niobe Way, asegure que, después de esta edad, nunca más hombres y mujeres compartan, como hasta ese momento, su postura frente a este vínculo.
Desde ese momento la tendencia es a separar aguas y en ese escenario, ellas prefieren conversar con sus amigas, crean relaciones más íntimas y las mantienen a lo largo de la vida. Mientras ellos comienzan a experimentar un cambio en los niveles de profundidad de la amistad: se pierde paulatinamente algo de la complicidad que caracterizó la primera etapa de la amistad. Además, inician una etapa marcada por la necesidad de compartir con los amigos más que confidencias, actividades, y centran sus esfuerzos en afianzar sus relaciones de pareja.
Y aunque muchas veces se haya dicho lo contrario, todas estas diferencias no sólo se relacionan con lo biológico o las necesidades de cada género, también, y principalmente, con la expectativa social que pesa sobre hombres y mujeres a la hora de evaluar hasta dónde pueden llegar con una amistad.
¿No le parece razonable? Debería parecerle, porque Way sabe de lo que habla. No sólo es la directora del Centro de Investigación sobre Cultura, Desarrollo y Educación de la Universidad de Nueva York, sino que además dirige la Sociedad de Investigación sobre Adolescencia de Estados Unidos. Y después de 15 años de estudio en profundidad sobre el tema, que se convirtieron en el libro Secretos profundos: El paisaje oculto de la amistades de los niños, esta sicóloga hoy es capaz de decir que la visión estereotipada que describe a los hombres como poco interesados en las relaciones cercanas y sólo pendientes del sexo y las peleas, está equivocada.
De su investigación, la doctora Way desprendió que los niños, entre los 11 y los 15 años, son tan sentimentales y preocupados de sus amigos como las niñas, y que incluso no tienen problemas en demostrar abiertamente su afecto. Pero a partir de esa edad, comienzan a creer que esas manifestaciones de cariño son inapropiadas para un hombre y empiezan a tomar cierta distancia emocional y física de los de su mismo sexo. Es en ese mismo instante cuando comienzan las diferencias de la amistad para hombres y mujeres.
Ellos prefieren a sus parejas
Alrededor de los 15 años, dos de los procesos más importantes para los adolescentes son reafirmar su sexualidad y demostrarle al mundo su madurez. Y justamente, estas dos necesidades convergen en la misma actitud: comenzar a interesarse por las mujeres. Para los hombres, señala Niobe Way en su libro, empezar a relacionarse con una mujer no sólo responde a una necesidad impulsada por los cambios hormonales, sino que también implica un pasaporte a la madurez y el comienzo de una nueva etapa que considera que seguir compartiendo tanto tiempo con los amigos es de “niños chicos”.
Las mujeres hacen lo mismo, y empiezan los primeros pololeos y los cambios que estas nuevas relaciones conllevan, pero la diferencia es que para el resto es normal que ellas tengan “mejores amigas” y conserven esa relación de intimidad a pesar de los pololeos, a diferencia de los hombres, a quienes -de acuerdo a la autora- se los convence de que no necesitan mantener este tipo de lazo.
Way comenta a La Tercera que “los hombres perciben que la sociedad les dice que las relaciones de pareja son las más profundas y, por lo tanto, invierten su energía y cariño en buscar una”. Una creencia relativamente moderna, relata la especialista, “porque en Estados Unidos, hasta el siglo XIX, se llevaba a los amigos a la luna de miel. Es desde mediados del siglo XX en adelante cuando finalmente convertimos a la pareja romántica en la única importante”, aislando a los hombres del resto de los lazos que puedan construir. Y esto, en parte, explica Eay, sería culpa de las mismas mujeres “porque muchas los involucran en esta extraña noción de que la intimidad profunda se produce con sólo una persona”.
Ellos hacen, ellas dicen
Diversos estudios han señalado que una de las grandes diferencias es que los hombres prefieren jugar un partido de fútbol o ver televisión con sus amigos, es decir, compartir una actividad, y que lo que más les gusta a ellas es conversar. Sin embargo, más allá de las preferencias, lo que subyace es que ambos géneros comparten este estereotipo tradicional y por eso lo conservan y se comportan en consecuencia. La socióloga Karen Walker, de la Universidad de Pennsylvania, realizó 52 entrevistas a hombres y mujeres y las plasmó en una investigación que asegura que si bien en la teoría hombres y mujeres no son tan diferentes en su forma de enfrentar la amistad, en la práctica sí lo son, ya que cada uno trata de comportarse de acuerdo a lo que le parece más tradicional y propio para su género. Por eso, los hombres siempre dicen preferir compartir una actividad física con sus amigos en vez de conversar, a la inversa de las mujeres.
La “edad dorada” de los hombres
La poca inclinación pública de los hombres a la conversación hace que el especialista Geoffrey Greif, en una de sus columnas sobre el tema en el sitio Psychology Today, asegure que los hombres tienen mucha más dificultad en hacer amigos, “ya que suelen no hablar tanto como las mujeres, a menos que hablen de temas puntuales. Muchos hombres consideran difícil encontrar temas en común sobre los que conversar con otros”, asegura.
Greif, profesor de la Universidad de Maryland y autor del libro Sistema de amigos, entrevistó a 400 hombres y 120 mujeres y se dio cuenta de que la edad de la amistad es otra de las diferencias entre géneros. Para los hombres, cerca de los 50 años se produce la “edad dorada” de la amistad, una etapa en la que llegan a compartir lazos más profundos, leales y enriquecedores que los que tuvieron en su época universitaria, probablemente porque ya han cimentado una vida familiar y una relación de pareja.
En contraste, si bien las mujeres tienen más problemas para mantener sus amistades entre los 20 y los 30 años debido a la etapa de consolidación laboral y familiar que están viviendo, el esfuerzo por mantenerlas hace que, por lo general, sean permanentes en el tiempo.
El costo de la red social
Así lo plantea Michael Kimmel, autor de Guyland (Tierra de Hombres), quien asegura a este diario que si bien “un hombre puede tener una red social amplia y relaciones ‘amigables’ con muchos hombres y quizás algunas mujeres, en general, la mayoría no tiene un amigo íntimo del tipo que tenían en su primera juventud”.
Sin embargo, desde Estados Unidos, la autora Terri Apter, quien ha estudiado en profundidad el fenómeno de las relaciones entre las mujeres, dice que si bien ellas cuentan con más apoyo, también pueden tener más problemas debido a la intensidad de sus vínculos: “Las amistades femeninas son bien conocidas por su naturaleza apasionada. Una amiga es un ‘alma gemela’, y, si la relación se vuelve amarga, ella se transforma en una ‘traidora’ que echa por tierra la fe en todas las amistades”. Algo que no ocurre entre los hombres.
El rol de la evolución y la biología
A pesar de que lo social juega un rol preponderante, diversos estudios científicos han tratado de explicar estas diferencias entre hombres y mujeres desde un punto de vista biológico. Un estudio de la Universidad de Michigan reveló que cuando las mujeres sienten una fuerte conexión con una amiga, aumentan sus niveles de progesterona, lo que las ayuda a mejorar su humor y aliviar el estrés. Además, está el peso de la evolución. Un estudio presentado por el doctor Rhawn Joseph y publicado en los Archivos del Comportamiento Sexual, señala que las mujeres, durante millones de años, han estado rodeadas de otras mujeres por la naturaleza de sus actividades, y es por eso que siguen haciéndolo actualmente, a diferencia de los hombres, que necesitaban sigilo para cazar y que, una vez conseguida la presa, volvían a la casa.
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