La historia de Luisa Hernández fue una de las elegidas para exponerse en la comisión mixta que discute el proyecto de Ley de Identidad de Género en Chile. Sin embargo, su potente testimonio va más allá de sólo haber lidiado con esta temática como mamá.
Luisa, de 52 años, es jueza del juzgado de familia. A los 41, después de enterarse que no podía ser madre biológica, decidió que quería adoptar a un niño. Su marido en ese entonces estuvo de acuerdo, sin embargo, luego se arrepintió.
“Yo seguí adelante sola, como soltera. Así postulé a la adopción”, revela a Biut, agregando todo lo que le costó continuar con el proceso. “Eres mucho más cuestionada cuando estás así, sin marido. Imagínate que me dijeron cosas como ‘¿no le gustan las mascotas? ¿Por qué no tiene un gato mejor?’ o ‘¿Por qué no busca un pololo con hijos, un viudo?’. Fue bien terrible”.
No obstante, Hernández siguió intentándolo. “Un día, mientras estaba en el proceso de habilitación para adoptar, me habla una asistente social de una fundación. Me preguntó si yo me haría cargo de un niño de padres extranjeros, con discapacidad, con piel morena. Y yo dije sí. Me dolía mucho que preguntaran eso, pensar que hay niños que tienen menos oportunidades porque los rechazan”, relató.
Así, comenzó el proceso de adopción de José, un pequeño que había sido catalogado como “inadoptable” por los entendidos. “Me pidieron que fuera con un médico de mi confianza para que me informaran bien de todas las patologías que tenía este niño. Y fui con mi hermano, que es doctor. Allí nos dijeron que tenía retraso del desarrollo sicomotor, visual, no se giraba, no se reía. Nació con el cortisol muy alto, porque su mamá estuvo con un trabajo de parto muy difícil. Y además tuvo macrocefalia y era hipotónico”, comentó.
Pese a esto, la respuesta de su hermano fue tajante. “Mi hermano dice ‘bueno, esto es solo falta de estimulación, de estimulación temprana. Todo esto se puede revertir con el ingreso a una familia’. Entonces la doctora dijo ‘ya, autorizo’, pero advirtiéndome que este niño era inadoptable. Eso a mí me marcó profundamente. Eso es cerrarle las puertas a un niño, matarlo igual. Sin conocerlo, me partió el alma, porque tenía sólo cinco meses”, rememora Luisa.
A partir de ese momento, la magistrado empezó a acompañar al bebé todos los días. “Como me permitieron conocerlo, trabajé todos los días, fui todos los días. Lo acompañaba, le hacía los ejercicios. Y así fui generando apego. ¿Qué pasó? Lo declararon de alta de muchas cosas, empezó a comer, a deglutir. Lo que necesitaba era una familia”, agregando que “cuando me entregan finalmente el cuidado personal, ahí en su cuaderno decía que los neurólogos hace mucho tiempo pedían que fuero entregado urgentemente a una familia, porque lo que más necesitaba era apego. Porque los seres humanos, para desarrollarnos, necesitamos apego, amor”.
Pasado todo este proceso, vino el segundo momento: enfrentar la discapacidad de su bebé. “Esta era una guagua que nadie esperaba. No tenía nombre, no tenía proyecto. Más encima nació de un trabajo de parto súper complicado, donde sufrió un daño neurológico importante al nacer. Y después de todo eso, un abandono en la institución. Todo esto es para desincentivar a cualquiera. Pero si tú dices este niño tiene una oportunidad, el derecho a tener una familia como todos, uno le da no más para adelante”.
De José a Josefina
Tras haber sorteado todas estas vicisitudes, Luisa tendría que enfrentar dos escenarios más: primero, un cáncer de mamas que la atacó cuando su bebé tenía sólo tres años, fruto del estrés y la sobreexigencia de la crianza, del correr de un especialista a otro e intentar rehabilitar a su pequeño de todas las patologías.
“Las mamás de niños con capacidades diferentes somos madres muy sobreexigidas y no nos cuidamos nosotras mismas. Entonces, ahí uno se da cuenta que, si fallamos y no estamos, nuestros hijos son los que más van a sufrir. Y ahí fue como ver la vida de nuevo, empezar a valorar otras cosas, como por ejemplo que mi guagua no necesitaba tantos doctores, me necesitaba más a mí”.
Luego de superar el cáncer, el segundo escenario que se le vendría, sería lejos el más complicado. “Justo en ese mismo tiempo empecé a ver las primeras señales de que podía tener un hijo trans. Por ejemplo, le gustaban muchos los brillos, las princesas. Le llamaban la atención los aros. Pero yo lo tomé como una situación más de la vida cotidiana, pensaba ‘mejor que no esté apegado al clásico modelo de machismo’”, indicó.
Sin embargo, estas características se fueron acentuando. “En los colegios me decían ‘oiga, le gustan harto las princesas’, y me indicaron que había que reconducirlo. Entonces fuimos a la escuela de fútbol, a karate. Pero él lo hacía como para darme el gusto y luego volvía a querer ponerse cintillos y mi ropa”.
Finalmente, Luisa tomó conciencia de lo que pasaba con su pequeño cuando lo pilló varias veces escondido en su clóset, usando sus prendas. “Después de eso me pedía con frecuencia ponerse mis tacos, mis cosas. Le decía que ya, pero que cuando saliéramos a la calle se la tenía que quitar. Y ahí se ponía a llorar y me decía ‘soy niña mamá, soy niña’”, relatando que además empezó a tener problemas en el colegio, que concluyeron con su salida.
“Luego de ir a la sicóloga, nos dijeron que la única forma de enfrentar esto era explotándolo. Que José empezara con lo más básico, la ropa. Entonces, hablé con la directora del centro de formación donde estábamos y le plantee esto, de que ya era una cosa mucho más profunda y que era una niña trans, pidiéndole si podía empezar a ir con otra ropa. Eso me reveló el prejuicio que ella tenía con el tema”.
Tras dejar ese establecimiento, y luego de que, a sus ocho años, un día Josefina le agarrara la cara y le dijera ‘mírame mamá, soy una niña’, Luisa decidió seguir con su terapia y educación en casa.
“Imagínate la Jose, que primero tuvo un embarazo difícil su mamá, que después casi se murió al nacer lo que le provocó todo el daño neurológico, que después no la ofrecían para adopción por ser inadoptable, que después aparece este tema trans y nos tenemos que ir de este lugar que nos había acogido con nuestras otras cosas. Era terrible”, reflexiona.
Y agrega que “yo estuve muy mal, estaba destruida, hasta que pude empoderarme y decir ya, esto no lo lo voy a permitir, es un maltrato terrible. Piensa que hemos vivido todos los tipos de discriminación posible, porque es adoptada, morena, discapacitada y ahora trans. Y ser trans es tan difícil, sobre todo en un país como Chile porque esto cruza todos los estratos socioeconómicos, es transversal el rechazo a la diversidad sexual. Si hay algo en que estamos de acuerdo los chilenos, es en eso”.
Has pasado por muchísimas cosas con la Josefina, ¿qué ha sido lo más terrible?
Yo pienso que quizás todas las otras cosas que nos pasaron me fueron preparando para este tema, que era lejos el más difícil de todos. Pero no sabía que iba a ser tanto. Es lejos lo más difícil, pese a todo lo anterior. Me he encontrado con personas que me dicen ‘oye ¿y a tu hijo todavía no se le quita lo de Josefina?’ Y he tenido que decirles ‘no, y no se le va a pasar’. O con vecinas que me han dicho cosas tan crueles como que por qué no la mantenía hospitalizada siempre y otra que me dijo ‘¿No la puedes devolver? Como es adoptada’, como si fuera un paquete de algo.
¿Por eso quisiste dar tu testimonio en la comisión?
Sí, porque emocionalmente esto te va desarmando. Tú lo único que quieres es que quieran a tu hijo. Y las mamás de niños especiales luchamos tanto por la integración social de nuestros hijos, y que me hayan puesto esta otra tarea… Uff, es difícil la vida ya, para nosotras ya ha sido bien difícil. Y más encima ser trans mujer. Los mismos transgénero te dicen que es mejor pasar de mujer a hombre que de hombre a mujer, como que bajas de categoría. De todos los mundos, yo hubiese preferido tener una niña que transitara a ser hombre, porque esta toda la violencia de género hacia la mujer. Y eso es lo que más lloraba y pensaba, que difícil ser mujer. Y qué difícil para ella haber elegido serlo también.
¿Qué esperas de esta discusión y de la ley finalmente?
Mira, lo primero es entender. Si uno entendiera el tema se daría cuenta que los problemas empiezan antes de los 14 años, como se ha planteado acá. Los niños a los seis ya se empiezan a angustiar, sobre todo los niños de hoy, que son muy despiertos. Entonces, hay que bajar esto a cualquier edad. Si el niño lo manifiesta claramente, empezar con el cambio. No esperar hasta una edad donde ya los niños tienen que lidiar con otras cosas, como la aparición de los caracteres sexuales secundarios.
Tú estás en ese proceso con Josefina, de once años hoy…
Sí, el periodo más difícil que viene es ahora, porque el rechazo a tus características secundarias es brutal. Imagínate que hay niñas que se sienten niños y tienen que lidiar con temas como la llegada de la menstruación. Es terrible. Entonces claro que importa que los legisladores entiendan que la edad para empezar con esto debe ser antes de la pubertad.
Después de todo lo que has pasado, ¿qué te gustaría para tu hija?
La esperanza que yo tengo es que se abran caminos de aceptación y de integración social real. Si yo antes me conformaba con que la Josefina caminara, con que hablara, ahora quiero todo para ella, un mundo para ella, se merece todas las oportunidades del mundo. Eso y más, porque ella ya ha sido muchas veces invisibilizada. ¡Cómo no va a poder ser su vida distinta después, tan difícil la vida para ella, tan chiquitita y con tanto tema!
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