Muchas mujeres lo tienen presente: “Durante el embarazo se debe evitar el consumo de cualquier tipo de medicamento, a menos que sea estrictamente necesario”. Pero ¿Qué sucede si se contrae una enfermedad cuyo tratamiento incluye el uso fármacos como los antibióticos?
Es lo que ocurre, por ejemplo, con las infecciones urinarias, un cuadro bastante común durante el embarazo.
En 2009, un equipo de investigadores estadounidenses (National Birth Defects Prevention Study) evaluó el riesgo de malformaciones en el embarazo vinculado al uso de antibióticos durante el primer trimestre de este. Sus resultados indicaron que dos tipos de antibióticos, la nitrofurantoína y la sulfonamida, podían asociarse con un aumento del riesgo de ciertos defectos de nacimiento.
En cambio, con otros antibióticos, como penicilinas, cefalosporinas, eritromicina y quinolonas no se encontró esa asociación.
Sin embargo, hace pocas semanas, el comité específico del Colegio Americano de Obstetricia y Ginecología (ACOG) aclaró algunas dudas respecto de este tema, señalando que estos medicamentos aún son adecuados cuando no hay otra alternativa de tratamiento.
“Efectivamente, los resultados del estudio de 2009 deben tomarse con cautela, pues a pesar del tamaño de la muestra, posee limitaciones importantes, como el sesgo de memoria: un 35% de las pacientes evaluadas no recordó el nombre del antibiótico que consumió”, apunta el doctor Claudio Vera, gineco-obstetra de Red Salud UC.
Por otro lado, el especialista agrega que es difícil determinar si las alteraciones del desarrollo señaladas en aquel estudio se debieron exclusivamente al uso de antibióticos o fueron una consecuencia de la infección que afectaba a la madre.
Usar o no usar
El doctor Vera señala que “en general, para una embarazada que presenta una infección bacteriana adquirida en la comunidad, sus médicos pueden considerar antibióticos efectivos y de seguridad demostrada, como tratamiento de primera línea.”
Distinto es el escenario si se trata de infecciones provocadas por bacterias resistentes. “En estos casos el tratamiento es más complejo y hay que poner en la balanza la necesidad de tratar la infección, versus los riesgos de usar el antibiótico útil para su tratamiento. Tanto los beneficios como los riesgos deben ser explicados a los pacientes”, precisa.
También se debe tener en cuenta el momento de la gestación en el que se produce la infección y los riesgos de que ésta comprometa gravemente a una embarazada y al embrión en el primer trimestre, o al feto más adelante.
En síntesis, el uso de antibióticos para tratar una infección en el primer trimestre del embarazo debe ser apropiadamente seleccionado, prefiriendo aquellos sin riesgo demostrado en el desarrollo. “Y para pacientes que no tengan otra alternativa de tratamiento, las sulfonamidas y la nitrofurantoína siguen siendo adecuadas, frente a la necesidad de tratar una infección cuya evolución natural puede afectar el embarazo”.
En tanto, durante el segundo y tercer trimestre, ambos antibióticos (nitrofurantoína y sulfonamidas) pueden ser utilizados como tratamiento de primera línea para tratar microorganismos sensibles.
Como medida de prevención general, el gineco-obstetra de la Red Salud UC recalca que es muy importante que las embarazadas y sobre todo las mujeres en riesgo de embarazo tengan precaución antes de tomar algún antibiótico o cualquier medicamento, y que lo consulten con su médico.
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