Cuento de hadas, comunión nacional o – para aquellos políticamente opuestos- una pérdida de dinero. Sea como sea, la boda real ocupa una posición única no sólo en el imaginario colectivo británico.
El príncipe William y su novia, Kate Middleton, están teniendo que lidiar con todas las tensiones y presiones que enfrentan todas las parejas jóvenes que se preparan para casarse, pero ajustarse a las expectativas y aspiraciones de toda una nación y el mundo es un tema adicional en su lista de tareas pendientes.
El Reino Unido es quizás un lugar menos deferente que cuando el príncipe Carlos y la princesa Diana se casaron en 1981; un país en el que la gente prefiere venerar a celebridades efímeras de concursos de televisión que hacer la venia para saludar.
El divorcio, el escándalo y las quejas constantes de los republicanos también podría significar que la monarquía ya no enciende en todos esa chispa de ensueño como lo hizo una generación antes.
Sin embargo, la boda real sigue siendo una ocasión única que engloba muchas de las rarezas e idiosincracias de la psique nacional.
E incluso un estudio superficial de las bodas reales a lo largo de la historia revelan que ciertas expectativas se tejen en el evento como la costura que une las franjas de la bandera británica.
Entonces, ¿qué componentes clave de la ceremonia de Willliam y Kate se puede anticipar para la primavera boreal de 2011?
Escapismo
A pesar de su glamour, los herederos al trono británico tiene la costumbre de casarse durante los períodos de dificultades económicas.
En 1947, la boda de la entonces princesa Isabel con el teniente Felipe Mountbatten tuvo lugar en un contexto de austeridad de la posguerra, el racionamiento y la devaluación.
Cuando el príncipe Carlos se casó con Lady Diana Spencer en 1981, el desempleo alcanzaba en 2,5 millones y en las ciudades del interior había erupciones de violencia.
Sin embargo, ambas celebraciones resultaron muy populares entre el asediado público británico. La ostentación, el romance y la opulencia de las ceremonias ofrecieron una tregua a las dificultades e incertidumbre.
¿Se refugiarán de la realidad de manera similar en las nupcias de William y Kate quienes están empezando a sentir los efectos de los cortes impuestos por el gobierno por la crisis economica?
Peter York, comentarista social y autor, cree que en la actualidad hay un apetito del público por un tipo de escapismo parecido al de la década de 1980.
“Hay mucho de eso en este momento”, dice y señala ejemplos de series de televisión ahora existosas que se asemejan a las que había en esa época.
Sin embargo, York sospecha que el Palacio se cuidará mucho de no exagerar pues no estaría bien ostentar cuando los súbditos están pasando por tiempos difíciles.
“Me imagino que tendrán mucho cuidado al hacerlo y que estarán chequeando la reacción de la gente a medida que planean para saber qué tan lejos ir”.
El vestido
En los preparativos de la boda, gran parte de la cobertura periodística y la especulación se centrará en el diseño y confección de vestido de la novia.
Con tanta gente pendiente, la elección del atuendo de Kate Middleton dará mucho de qué hablar.
De hecho, existe una larga línea de vestidos de bodas reales memorables.
Tal vez el más influyente fue el que usó la reina Victoria en 1840 cuando se casó con el príncipe Alberto.
Fue un cambio radical de la norma por dos razones.
Victoria no fue la primera novia real en llevar un vestido blanco, pero ella consolidó lo que hoy es una tradición establecida en todo el mundo occidental. Antes de Victoria, las novias vestían varios colores, pero después, cada vez se usó más el blanco o crema.
La reina Victoria también optó por un cambio en el estilo, anota Joanna Marschner, curadora principal del Palacio de Kensington y coautora del libro “Los vestidos de boda real”.
En el pasado, los vestidos de novias de la realeza tenían con frecuencia apliques de oro y plata de tela. No estaban al alcance de la población en general. El que Victoria escogio sí lo estaba: podía ser copiado.
“Por primera vez, un miembro de la Familia Real escogió un vestido que cualquier chica de la ciudad podría llevar”, señala Marschner.
En ese momento, el diario Times reportó: “Su majestad no llevaba diamantes en su cabeza, nada más que una simple corona de flores de azahar”.
Y, mientras el vestido de Victoria expresó su personalidad y estilo, el de la actual reina, Isabel II, fue un reflejo del momento en el que tuvo lugar la boda. A pesar de ser diseñado por el destacado Norman Hartnell, la entonces princesa Isabel tuvo que usar los cupones de racionamiento para obtener la tela.
“Se tornó en el sueño de todas las niñas del país… la inspiración para la moda de las bodas por una década. Estos vestidos cautivan la imaginación. Todos ellos dejaron su marca de su manera particular”.
Pero quizás ninguno desde el de la de la reina Victoria tuvo un impacto tan grande como el de la princesa Diana en 1981. La larga cola de ocho metros marcó la pauta.
“La moda romántica era la cosa del momento”, señala Marschner.
Lo que une a todos esos vestidos es que reflejan que a esas bodas asiste un público más amplio que los pocos miles de invitados.
“Hay algo práctico que tiene que ser reconocido”, dice Marschner. “Van a ser fotografiados, y van a tener que ser los protagonistas del día en unos escenarios enormes”.
El espectáculo
Incluso el republicano más cascarrabias tendrá algo que celebrar este 29 de abril, pues fue declarado día de fiesta y los bares tendrán permiso de permanecer abiertos por más tiempo que de costumbre.
Sin embargo, sin duda habrá empresarios que se quejen de la pérdida de productividad en tiempos de crisis.
Pero las bodas reales supuestamente solidifican el afecto por la familia real y atraen un público inmenso.
Cuando la reina Victoria se casó en 1840, quienes pudieron participar de la fiesta fueron más que todo quienes vivían en Londres y sus alrededores, pero tanta gente acudió que tuvieron que treparse a los árboles del parque St. James.
Con el peso, varias ramas se rompieron y sus ocupantes cayeron encima de la multitud.
Para cuando el futuro rey Jorge V se casó, en 1893, viajar en tren era ya cosa común, de manera que más gente de todo el país pudo ir a las festividades. El Times registró que sólo el ferrocarril metropolitano transportó 514.624 personas ese día, un récord de la época.
En 1981, la mayoría del país y millones en todo el mundo vieron a la tímida Diana bajarse de su carroza en la catedral de San Paul, donde el príncipe Carlos la esperaba.
Ahora que el viaje aéreo y terrestre está al alcance de más personas, es difícil anticipar cuántos y de qué lugares del mundo acudirán a las avenidas y parques vecinos a la catedral de Westminster y el palacio de Buckingham.
Lo que no ha cambiado es el clima londinense… Así que ni la reina puede prometer que salga el sol.
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