Una mala relación madre e hijo deja huellas físicas. Una investigación de la U. Estatal de Ohio (EE.UU.) demostró que el tipo de relación emocional que se establece entre ambos puede hacer la diferencia entre un adolescente obeso y otro de peso normal.
Para probar su hipótesis seleccionaron a 977 menores nacidos en 1991, de los que obtuvieron datos de la relación con sus madres, mientras iban registrando el Indice de Masa Corporal (IMC) de los menores. Así, comprobaron que mientras menos sensibilidad tenía la madre por las necesidades emocionales de su hijo, es decir, menor capacidad para reconocer el estado emocional de su hijo y responder a el acertadamente, más riesgo tenía éste de ser obeso a los 15 años. De los menores que tenían relaciones de mala calidad, un 25% era obeso, contra un 13% de los que tenían vínculos más estrechos con sus madres.
Los expertos ya habían demostrado la existencia de un vínculo entre padre-hijo y peso corporal. A comienzos de año publicaron otro estudio que encontró que los niños que no tenían una relación emocional segura con sus padres presentaban mayor riesgo de obesidad a los cuatro años. Pero el nuevo estudio establece que el riesgo persiste hasta los 15 años.
Sarah Anderson, autora de ambos estudios, explica que el sistema límbico del cerebro controla la respuesta al estrés. Pero también el ciclo sueño/vigilia, hambre, sed, y una variedad de procesos metabólicos mediante la regulación de hormonas. Así, una buena respuesta frente al estrés influye en la forma en que los niños duermen y comen, dos factores que también están relacionados con la obesidad: el niño que no maneja bien el estrés duerme menos y come más.
El estudio dice que los esfuerzos por prevenir la obesidad deben incorporar estrategias que mejoren el vínculo madre-hijo, más allá de la asociación comida y ejercicio.
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