No es novedad que el amor y la vida sexual han estado siempre en el centro de nuestra sociedad y de nuestra vida. Se solía pensar el asunto como un camino recto que comenzaba en la adolescencia con el amor romántico y el descubrimiento del sexo. Un camino que recorríamos con alegría y pasión a través de las décadas de los 30 y de los 40, para transformarse, en el advenimiento de los 50, en ternura y compañerismo. Todos sabemos, sin embargo, que la realidad hoy es muy diferente.
No muchos años atrás no hubiéramos creído posible que una chica de 20 años (y menos) podría aparecer en el internet semidesnuda, con la boca abierta, la lengua afuera y los ojos entornados. La relación de una mujer de 20 con su cuerpo hoy es abierta y a la vez desacralizada, y a la hora de los encuentros toma la iniciativa sin pudor. Según Philippe Brenot, sicólogo francés, las veinteañeras han separado el sexo del amor. En su generación el cuerpo se ha vuelto un terreno de exploración. Pero la gran paradoja, según el sicólogo, es que estas mismas chicas no han abandonado el sueño del príncipe azul. La búsqueda del amor es la aspiración que yace bajo cada una de sus aproximaciones al sexo opuesto. En suma, como sus madres y abuelas, anhelan un ‘final feliz’, aun cuando el camino que recorran para llegar a él sea diametralmente diferente.
¿Y qué ocurre cuando lo encuentran, cuando al fin aparece el amor? Entonces, según los cánones pasados, nuestra heroína se casa, tiene hijos, es una madre y esposa satisfecha, y por supuesto ¡es feliz para siempre! Bueno, hasta que en la menopausia la fuerza de gravedad arremete contra ella, y su marido busca una chica con la mitad de sus años para compensar la pérdida.
Hoy por hoy, la mayoría de las treintañeras confiesa que su vida sexual es mejor que a los 20. Son lo bastante jóvenes como para no haber abandonado el romanticismo y a la vez avistar sus límites, pero también lo suficientemente maduras como para conocer su cuerpo y gozar de los placeres que éste les puede brindar. Muchas experimentan por primera vez el orgasmo.
Pero no nos confundamos, los 30 es una edad llena de exigencias. Es el tiempo en que por un lado nos vemos enfrentadas a los grandes desafíos profesionales, y a la vez a la maternidad. Aspiramos a forjarnos un lugar en el mundo, y sabemos que podemos lograrlo; pero también queremos ser las mejores madres para nuestros hijos y las mejores amantes para nuestros esposos. Lo queremos todo. Y nos desangramos por obtenerlo. Según los sicólogos, es además la edad en que la mujer se ve enfrentada a las primeras renuncias, y descubre que la pareja no es una fuente de placer y felicidad perenne. Las revistas están llenas de recetas de cómo mantener vivo el deseo: baby dolls de encaje, cenas a la luz de las velas, etc.; fórmulas que nos permitirán tener de tres a cinco orgasmos por noche, como si la intimidad fuera un entrenamiento deportivo de alto nivel. En suma, recetas planteadas para mujeres que no existen.
Pero claro, también están los estudios más serios. Y muchos de ellos insisten que la palabra clave es ‘complicidad’. Nos estimulan a comunicarnos con nuestras parejas, pedalear juntos por las vicisitudes de la vida y del amor, convertir la pasión inicial en múltiples pasiones comunes. En suma, transformar la pareja en una unión de interés para lograr nuestros objetivos tanto profesionales como eróticos. Me suena demasiado práctico. Por eso las fórmulas siempre me han resultado sospechosas, y a la hora de intentar una conclusión prefiero abstenerme. A modo de cierre se me ocurre algo muy simple, algo así como: relajarse y gozar (cuando se pueda).
La próxima semana continuaré con el sexo a los 40. Veremos cómo nos va.
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