En el mundo hay básicamente dos tipos de mujeres: las que aman hacer deporte, invierten en buenas tenidas con tecnología antitranspirante y en verano no necesitan cubrirse el traje de baño con un vestidito, y las que, como yo, las miramos con asombro y admiración mientras comemos un buen sándwich con bebida azucarada y nos quejamos porque el calzón del bikini nos marca el rollo.
Por eso me entusiasmé tanto cuando Angélica (Keka) Lamarca, instructora de pilates certificada en Nueva York y habitual colaboradora de revista Mujer, me dijo que en 36 clases podía dejarme la guata plana. “¿Plana?”, pregunté con incredulidad. “Sí -me dijo-, te lo apuesto”. Y ése fue, en verdad, el punto de partida de esta investigación que literalmente me ha sacado sudor y lágrimas.
Empecé el miércoles 20 de octubre pasado en el gimnasio O2 de Los Trapenses, y terminé -con la lengua afuera- hace pocos días. La primera clase fue mágica. Como un amor a primera vista. Sentí haber encontrado el deporte que había buscado toda mi vida. Yo era, sin lugar a dudas, la más entusiasmada de todo el gimnasio. Fue más bien una hora de mucha teoría y poca práctica. Keka me enseñó la importancia de una buena postura, los objetivos fundamentales del pilates (con máquinas) y el verdadero quid de la cuestión: que todo pasa por el powerhouse (la zona abdominal). Aprendí cómo subirme a la máquina y las posturas más simples, como el elefante, rolling like a ball y el fatalísimo The Hundred (100 abdominales seguidos, con las piernas hacia arriba, la cabeza levantada, la espalda apoyada y los brazos extendidos batiendo insistentemente hacia arriba y hacia abajo, como espantando moscas).
Salí incluso más contenta de lo que entré y, como suele suceder, ese mismo día empecé a sentirme más flaca. De hecho comí sano, algo muy poco frecuente. Para que quede claro: odio las verduras, no como quesos y siempre tomo Coca-Cola normal. Mi dieta es a base de papas fritas, hamburguesas y chocolates (y si tienen almendras, mejor). Pero ese miércoles (sólo ése) almorcé una lata de atún. Y tomé agua.
La segunda clase conocí a Mara, mi instructora de los lunes al mediodía en el gimnasio O2 del Hotel W. O sea, en mi vida había visto tantos hombres y tantas mujeres tan espectaculares juntos en un mismo lugar. Ellos llegan con su bolsito de gimnasia, cuelgan el terno en una percha y comienzan a transpirar. Ellas hacen lo propio y caminan cubiertas de lycra sin el menor complejo. Y yo… yo me sentía como pollo en corral ajeno.
Mara tiene un exquisito acento que mezcla italiano, alemán y chileno. Sus clases siempre fueron acertadas. Me explicaba absolutamente todo y me alentaba cada vez que una postura me salía bien. Veía avances en mi técnica de una semana a la otra, y si algo me salía mal, me lo marcaba con voz dulce. Keka fue más enérgica. “Hunde la guata. Hunde más. Más. Más. Quiero que sientas que te quema”, fueron sus frases de cabecera durante los meses que duró nuestro desafío. Tanta presión sentí, que cuando me llamaba por teléfono para coordinar un horario, yo automáticamente metía la guata adentro. ¡Me daba miedo que me viera por el auricular y se enojara!
Los viernes fueron más irregulares. Empecé con Valery, y al cabo de cuatro clases ella consideró que ya estaba apta como para sumarme al mat wall (pilates en grupo). La primera gran diferencia entre la clase particular y la grupal es que aquí tú solita tienes que limpiar la cama que utilizas cuando termina la clase. Cuando es individual ese ‘trabajo’ lo hace la profesora. La segunda gran diferencia es que los errores quedan en evidencia ante todo el grupo. Y cuando siempre vienen acompañados por tu propio nombre (“Más guata, Vanina”, “Más muslo interno, Vanina”, “No tan levantada, Vanina”), el pudor es inevitable. Así que confieso que me salté más de una clase de viernes.
A medida que las semanas fueron pasando, tal cual sucede con los amores a primera vista, me fui desencantando un poco. Los resultados aparecieron más o menos a los dos meses. Pero aun así a esa altura ya sabía que no era el deporte de mi vida, sino una gran oportunidad para deshacerme de algo de lo mucho que le han hecho los embarazos y el sedentarismo a mi pobre cuerpecito de un metro sesenta.
El último mes fue el más intenso. Aprendí ejercicios y posturas más complejas y terminé cada clase con la polera empapada de sudor. Keka me hizo colgar como murciélago (patas arriba, cabeza abajo y los brazos cruzados delante de la cabeza) y Mara me enseñó ejercicios que más que abdominales parecían posturas de contorsionismo avanzado. Pero lo que mejor hacía a esa altura era dominar los distintos músculos de mi propio cuerpo. Cuando me decían “junta escápulas”, sabía perfectamente cómo lograr que esos grandes huesos en mi espalda tomaran la posición adecuada. Y cuando me pedían que bajara “vértebra por vértebra”, lo hacía respirando de manera consciente para que, al finalizar, mi espalda quedara completamente pegada al piso.
El balance es positivo. Mi abdomen está realmente más duro. No liso, pero con menos vuelitos, por decirlo de manera simpática. O como me dijo Keka: “Lo que pasa es que tus músculos estaban demasiado dormidos”. Digamos que no caminaría por la playa en traje de baño, pero puedo usar una polera ajustada con la misma seguridad que hasta ahora sólo usaba camisas. Y aunque en verdad terminé Agotada (así con A mayúscula, porque es más que agotada), estoy analizando seriamente la posibilidad de seguir con las clases.
¿El veredicto final? Pilates funciona, pero no hace milagros. Es altamente recomendable para cualquiera. Si son deportistas y comen sano, tendrán aun mejores resultados de los que yo tuve. Y si no, es un muy buen punto de partida para amigarse con el ejercicio físico.
Doy por finalizado el desafío. Creo que las dos ganamos: Keka consiguió despertar mis músculos, y yo descubrí dos cosas importantes: la primera, que pilates es una disciplina que se adapta a mis necesidades porque trabaja exactamente lo que yo quiero modelar. La segunda, ¡que amo este trabajo!, por darme la posibilidad de hacer este reportaje justo antes de mis vacaciones.
El método
Pilates podria resumirse en tres palabras:fuerza, flexibilidad y control. Pilates es longevidad, ya que la columna vertebral y el cuerpo rejuvenecen con cada ejercicio. Cada movimiento se realiza desde la musculatura del centro del cuerpo, llamada en Pilates ‘Powerhouse’ o centro de energia. En esta musculatura están presentes los abdominales, los gluteos y los muslos internos o aductores. Desde aquí se saca la fuerza para realizar los ejercicios, por ende, Pilates fortalece y tonifica especialmente los abdominales, levanta y tonifica los gluteos, estiliza las piernas y alarga y flexibiliza la columna vertebral. Es un método que trabaja todo el cuerpo en un sólo ejercicio.
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